Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

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Cuando soy presentado o me presentan a alguien, es frecuente que se dé el siguiente diálogo, con una que otra variación:

-¿Cómo te llamas?
-Rogelio
-Te pareces a un amigo...

Siempre me parezco a alguien. A Maple, el exquedante, a Angelito, el primo cachetón, o a Víctor, amigo de la secundaria. Siempre. Me resulta gracioso que mi fenotipo sea tan común, sé que no soy igual a nadie, pero al parecer mis facciones no son tan especiales.

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Ayer me escapé de nuevo a otro lugar desconocido de esta ciudad. Mientras esperaba el camión en la Avenida Antonio I. Villarreal, hablaba por teléfono y me quejaba del molesto picazón que ofrecían los rayos solares a los transeúntes, en ese caluroso día de invierno.
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Si hay algo que nunca me da pereza leer, al menos en los últimos meses, es aquello relacionado con delincuencia organizada y narcotráfico en México. De ahí me entero por wikipedia, verificando las fuentes que tenga en la sección de referencias, de asuntos como el hecho de que El Chapo Guzmán sea uno de los hombres más ricos y más buscados del planeta (según Forbes de 2009), y de que Heriberto Lazcano, líder de los zetas, es catalogado como una de las personas más influyentes, también del mundo entero (esto por la revista Details del 2008). Todos esos datos que resultan muy interesantes y realmente no muy conocidos (como también el hecho de que los zetas hayan nacido de desertores militares entrenados en el extranjero) son encontrados después de un simple vistazo al periódico en línea. Me agrada Milenio. No necesito suscripción y es bastante local. Y me gusta saber lo que pasa en Monterrey... o al menos lo que pasa y hace ruido en el espectáculo mediático.

En fin. Una de esos hechos es que ayer asesinaron a 6 personas en la colonia Moderna, al rededor de las cuatro de la tarde. Me pone a pensar, como todo, pero más por el hecho de que estuve tomando el camión a veinte cuadras y a tres horas de que seis almas más fueran arrancadas de sus cuerpos. Veinte cuadras son una gran distancia, y en tres horas pasan muchas cosas, lo sé perfectamente. El asunto es que México está en Guerra, y las cosas aquí no pasan siempre a tres horas y a veinte cuadras de tus circunstancias. El miedo no se apodera de las almas que lo merecen -aunque todos en este mundo tengamos una larga cola que pisar-, sino de aquellas que van al oxxo a comprar un café, o las que cuentan los escalones del metro, o las que olvidan su tarjeta feria y tienen que pagar diez pesos. Y provoca que cientos corran despavoridos hacia la salida de la exposición sin importar a quién se lleven de encuentro, o a presenciar la golpiza salvaje de un adolescente en la más grande avenida del centro de Monterrey.

El asunto es que somos presas de la tesis del famoso microcuento, el asunto es que despertamos estos últimos días, semanas, años, inmersos en una atmósfera de incertidumbre y, pensado un poco, desesperación. Dolor. Odio. Impotencia. El dinosaurio que nos da los buenos días nos persigue. Tiene su boca abierta. Y si nos moviéramos veinte cuadras para hacer un poco de ejercicio, o si nos levantáramos más tarde y acomodáramos una reunión para tres horas después de lo acordado, y si nuestra cara fuera tan fácilmente confundible con cualquier persona, un primo gordo o un narcomenudista, el dinosaurio estaría ahí, y cerraría sus fauces, y un locutor de radio podría señalar nuestro nombre con indignación al día siguiente, con la eterna imagen de nuestro cuerpo bañado en sangre.