Bendita y eterna felicidad

18 de octubre, desde hace unos minutos. Llueve un poco... me encanta oírlo, las gotas al fundirse y descomponerse en su fiesta acostumbrada, el jugueteo del agua viajera, del agua incansable... me encanta sentir el clima fresco, temblar al salir de este claustro personal y al abrir la ventana, sentir las escasas pero maravillosas ráfagas que me congelan la garganta, las que me recuerdan que sigo vivo. Me encanta tener un motivo, después de cerrar contacto con este ambiente, para estar hecho bola en la esquina de la cama leyendo a Gabo, para estar emulando mi estado prenatal mientras escucho la música suave, el réquiem, las sinfonías únicas en su inmensa temática mental. Me encanta poder imaginar que soy feliz, porque así dejo de imaginarlo y comienzo a serlo, momentos como nunca... se repiten cada día, supongo, pero han sido manchados, como todo, con la cotidianeidad y el cansancio.
Me encanta esto, haber hecho lo que debía en un momento bien apropiado, haber hecho mi tarea de mate... me encanta. Quizá mañana no, pero en este momento no puedo pedir nada. Alrededor de mí el mundo parece bastante sedado como para poder disfrutar yo de mis propios manjares y placebos, de mis propias utopías que no lo parecen, y que no lo son porque existen en estos momentos y se convierten en los recuerdos más felices de mi vida, que desaparecerán más temprano que tarde por no tener nada de especial. Me encanta sentir adolorida mi espalda y saber que caminé mucho el día anterior, me encanta saber que compré un nuevo libro, me encanta simplemente saborear de nuevo una malteada de mango en mi mejilla, con el corazón, y sentirme querido y, de alguna manera, encajado en un mundo donde me gusta mucho encajar.

Simplemente, hoy me encanta estar vivo, ser humano... y poderme encantar de tanta trivialidad.

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