Con el impulso de tus letras mal ubicadas

Hace unos momentos -que representan unas horas-, por azares del destino me encontré con mis archivos del historial del msn. Comencé a curiosear en ellos, así como se hojea un libro viejo, para darme cuenta de que aun tengo los del año pasado. Mis historiales están intactos desde octubre del 2008.

La mayoría no son de mucho peso. Unas cuantas veces que los contactos preguntan por compromiso sobre cómo te sientes -aunque la respuesta, por compromiso, sea siempre evasiva y falseada-, otras cuantas que ya no recuerdan ni quién eres ni por qué estás ahí y te hablan sólo para preguntar por tu nombre y sobre lo que has hecho los últimos meses de verano.

No tuve interés en tocar esos archivos, esas páginas blancas que sólo ocupan espacio, así como muchas cosas en la vida... Cosas que la llenan de basura sin importancia. Me centré en buscar, al principio inconscientemente, el más antiguo de mis desvaríos amorosos. El testimonio binario que contiene las letras más sensibles y tiernas que pudiera exhalar, aquellos meses otoñales del pasado año. Confusiones, muchas confusiones. Dolores y llanto, malentendidos, odios que entierran amor y cursilerías que opacan la verdadera emoción algunas veces. La pequeña telenovela de esos meses finales del año pasado... con sus villanos fríos y malévolos que resultan ser unos incomprendidos, con su protagonista tonto y supuestamente bondadoso que al final es tan humano como el más ruin de los bandidos. La pequeña telenovela que pasa de una doncella a otra, que desecha los sentimientos tan rápido como les da más importancia de la necesaria.

No es que el final del año pasado fuera excepcional, aunque de verdad lo fue, porque de alguna manera lo que haya ocurrido antes no tiene mucha relevancia. Quizá, demostrando mi dependencia hacia este monitor, sea en realidad que simplemente no tengo con qué recordar los meses anteriores... Pero sé que puedo recordarlos, y sé, por eso mismo, que no hay mucho que decir sobre ellos. Comenzar tercero fue tremendamente excepcional en mi vida. Y sin embargo, me sorprendo de lo excepcionales aún más que fueron algunos otros eventos, no fuera, no para o por mí. Dentro de mí. Sea porque ya eran demasiados meses sin tocar algo parecido a un dulce golpe, a una amarga caricia. Sea porque ya eran demasiados meses, creo yo, sin nadie para amar en especial. Sin nadie ni nada en que fijarte para trazar tu meta y tu destino hacia ahí. Sin nadie que te hiciera probar el amargo sabor de un excelente café de vida. Había alejado a los pocos que lo hacían, con sabor a chocolate.

Aquellos meses son lejanos, pero los recuerdo tan vívidamente que me sorprendo por no tenerlos presentes cada día que me levanto. Recuerdos de los conflictos tácitos, aquellas veces en que las personas por mí más queridas hicieron incubar en mí un sentimiento de inferioridad e idiotez, una autocompasión asquerosa. Recuerdos de aquellas veces en que rogaba por un simple "hola", para que estuviera en línea. Para que pudiera hablar con mi musa una vez más, e inspirar de nuevo este efímero arte de vivir. Recuerdos de decepciones y confesiones, recuerdos de conversaciones únicas, de conversaciones que definieron gran parte de lo que soy y de mi razón de ser. Hace tiempo pasaba mucho tiempo en la computadora, escribiendo bien, aún cuando sus letras sin noción alguna de ortografía o gramática -aquellas estupideces que proveen de belleza al artificio más natural- me regalaban la indiscutible indiferencia, la poca comprensión, la nula empatía que existió entre nosotros.

Y sin embargo, ahí están mis más grandes verdades de aquella época. Ahí están abiertamente confesas las cuestiones que me quitaban el sueño, siempre. Ahí están las invitaciones casi siempre aceptadas de abrir mi mente, mi alma, aún cuando sabía que nadie, ni siquiera yo mismo a veces, comprendía lo que decía. Ahí están las escasas palabras que me levantaron la moral un par de horas, las frías oraciones que me destruyeron por días. Las de todos, que son unos cuantos. Los testimonios que me gritan a la cara, sin piedad ni consideración, que no puedo escapar de mí mismo, que no puedo escapar de lo que soy, por más que me engañe o me quiera cerrar hasta implotar. Los testimonios que me gritan, sin piedad, desde dentro, que soy tan repulsivo como cualquier ser humano, que de esos seres repulsivos estoy rodeado... Y que a pesar de todo, no puedo evitar, nunca, ver esa belleza sobrealiente entre la repulsividad. La belleza de la hipocresía, del cinismo, del amor. La belleza de un corazón que se cree ingenuo hasta condenarse a sí mismo al sulfuroso abismo del infernal sentimiento. La belleza de un alma capaz de crearse a sí misma... y aprender el hermoso arte de vivir.

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