Sueños de la humanidad
Publicado por Cronopio Azul en 22:02
Como todas, era una persona común. Tan común que se levantaba cada mañana para lavarse la cara y maldecir otro día de clases, partir a la escuela tras las súplicas de su madre porque comiera un poco más y los mismos apuros de ella (ojalá que algún día se pusiera de acuerdo en ese sentido), llegar apenas con tiempo para darse cuenta de que había olvidado la tarea, y regresar a su casa por el modelo del sistema solar que cada año, por tradición acaso, le pedían. Era ella tan común como para salir corriendo, como todos, al descanso escolar y comprar una bolsa de frituras condimentadas en el mismo puesto precario del centro del patio, comérselas rápido y jugar con sus amigas a imaginar que era mayor de lo que era, y que pronto adelantaría a la vida que parecía ir demasiado lento a veces.
Era tan común para no darse cuenta de que era feliz, como todos, y tan común para no darse cuenta de que un día cualquiera, como por arte de magia, llegaría a ser tan común para descubrir que no era tan común y descubrir que era infeliz, como todos. Era tan común como para que un día cualquiera se diera cuenta de que no había ser más atormentado que ella, ni humano más desgraciado, ni persona capaz de soportar sus penas. Era tan común para descubrir un día cualquiera que debía planear su futuro aunque nunca fuera a llegar, porque lo que nunca llega tarde o temprano llegaría. Era tan común para saber que había vivido sin vivir cuando descubriera que amaba y debía amarrarse, como todos, a algún compañero para construir en equipo una vida completa. Era tan común para descubrir el valor de la vida y su deseo de otorgarla, de ejercer su papel y dejar en el mundo una huella plausible del fruto del amor y la necesidad de ser común. Era tan común para crecer y seguir creciendo con sus amigos de las reuniones ocasionales y de padres de familia, aún en los viajes al supermercado y el pago de impuestos. Era tan común como para seguir creciendo junto a sus obras y dejarlas libres un día que ellas decidieron, inevitablemente, abandonarla. Era ella tan común para pensar a veces que nada tenía sentido ni motivo, y a veces que con un segundo de vida hubiera sido suficiente para darse por satisfecha, y tan común para que regularmente sintiera el dolor de perder un trozo de alma enterrado bajo losas, tan común para temer, como todos, cuando fuera su alma entera la que estuviera presa y fría. Era tan común para un día quedarse sola de nuevo, vivir de nuevo en sus trazas de memoria y nacer de nuevo un par de veces tras borrar su mente de sí misma. Era ella tan común para confesar al espejo que no pedía nada más, ni mucho menos, que un segundo más de tiempo para dar gracias a quien fuera por la vida ya vivida mientras exhalaba, feliz como nadie, su último aliento...
Amanda despertó tarde, como siempre. Era casi hora de partir a la escuela.
Era tan común para no darse cuenta de que era feliz, como todos, y tan común para no darse cuenta de que un día cualquiera, como por arte de magia, llegaría a ser tan común para descubrir que no era tan común y descubrir que era infeliz, como todos. Era tan común como para que un día cualquiera se diera cuenta de que no había ser más atormentado que ella, ni humano más desgraciado, ni persona capaz de soportar sus penas. Era tan común para descubrir un día cualquiera que debía planear su futuro aunque nunca fuera a llegar, porque lo que nunca llega tarde o temprano llegaría. Era tan común para saber que había vivido sin vivir cuando descubriera que amaba y debía amarrarse, como todos, a algún compañero para construir en equipo una vida completa. Era tan común para descubrir el valor de la vida y su deseo de otorgarla, de ejercer su papel y dejar en el mundo una huella plausible del fruto del amor y la necesidad de ser común. Era tan común para crecer y seguir creciendo con sus amigos de las reuniones ocasionales y de padres de familia, aún en los viajes al supermercado y el pago de impuestos. Era tan común como para seguir creciendo junto a sus obras y dejarlas libres un día que ellas decidieron, inevitablemente, abandonarla. Era ella tan común para pensar a veces que nada tenía sentido ni motivo, y a veces que con un segundo de vida hubiera sido suficiente para darse por satisfecha, y tan común para que regularmente sintiera el dolor de perder un trozo de alma enterrado bajo losas, tan común para temer, como todos, cuando fuera su alma entera la que estuviera presa y fría. Era tan común para un día quedarse sola de nuevo, vivir de nuevo en sus trazas de memoria y nacer de nuevo un par de veces tras borrar su mente de sí misma. Era ella tan común para confesar al espejo que no pedía nada más, ni mucho menos, que un segundo más de tiempo para dar gracias a quien fuera por la vida ya vivida mientras exhalaba, feliz como nadie, su último aliento...
Amanda despertó tarde, como siempre. Era casi hora de partir a la escuela.
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