Confianza en un destino mal dibujado

Me queda claro. Uno llega al mundo arrancado de una paz completamente indiferente para encontrarse con todo tipo de cosas: desde un grandullón blanqueado que pretende hacerle al rey de la empatía y decir cómo uno está y se siente -sin darse cuenta del llanto por el dolor que representa venir a esta vida-, hasta toda una serie de estereotipos que no son para creerse, historias tontas, cuentos de terror y experiencias que lo superan todo. Me queda claro, uno llega a este divino pozo de conocimientos o reminiscencias, a este mundo de lirios y agua fría, para sentir y vivir todo tipo de escenas con todos, con todo...


Frío... hace frío aquí. Hay luz. Luz fría, voces extrañas, ya no suaves, gritos, llanto, agarrones... ajetreo, el mundo. ¿Esto es el mundo?
Calor... calor suave, este calor foráneo, esta brisa quieta, este susurro, estas delicadas manos... esa boca muda, esos ojos brillantes, esa lágrima... Me gusta... me gusta el mundo. 


Así que uno vive, bendecido en tierra fértil, uno se va por los senderos que se dicta o que le dictan para tarde o temprano sentir el viento en la cara (en bicicleta, coche o caballo; o el de la fortuna en globo), el agua en la piel tras un caluroso día, un chocolate caliente, unas caricias en la nuca, un roce de labios en las mejillas, un abrazo fuerte, la lluvia en la espalda, la tierra en los pies, un mundo debajo de ellos, en las propias manos. 


Es la amarga sensación que le da nombre a tu vida: sentir la gelidez perpetua que termina hundida entre el calor de dentro, o si tienes suerte y capacidad de amar, entre el calor de dentro de un espejo humano...


Y uno continúa al precipicio, tropezando con las sarsas, con los demonios del amor y la confianza en la humanidad. Al calvario de rosales espinosos, de majestuosos y mortales dragones, a los rasguños de la fraternidad que se acaba jodiendo en la ambición, a la solidaridad oportunista, al consumir ridículo de objetos y emociones. Uno continúa subiendo las escaleras hacia el piso siguiente de la azotea, con el mundo en los hombros y las manos vacías. 


Y ahí está su felicidad: en ignorar al mundo y ponerlo en pintura bajo destino dibujado, en su meta y origen, en su ser. Ahí estriba su existencia, en la vida de saber que es más que una cifra o una oveja inconsciente, a pesar de no ser más que una cifra, abono, una simple oveja inconsciente.


Me queda claro. Uno llega para ver todo... Incluso la oscuridad más densa que una niela londinense.


Pero, con un demonio, ¿Qué rayos debe hacer uno para tener claro lo que ve?¿Qué rayos tengo que hacer para saber qué quiero?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

si te digo que eres grande...
parecerá que soy un lambiscon verdad?

mejor solo te digo que me gusto..

FerJosafath dijo...

whaaaaaaa!!! desesperación D=
Siempre supe la razón de escribir esto, mas nunca comprendí lo que decía. Así de inútil estoy xD

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