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Una rubia de pelo corto en un puente peatonal en Gonzalitos. Su espalda dice Yair.
Como una piñata horrenda a las seis de la mañana que despide al año viejo. Como un adorno sangriento del festival de la guerra. Brilla más que cualquier luz y cualquier aviso fosforescente. Y contrasta más que cualquier estrella matutina, y cualquier luna perdida, y cualquier amanecer. A las seis de la mañana, al ir al trabajo, una mujer en jeans colgando sobre mí me lleva el aliento, me mata el interés por llegar temprano, por contestar la llamada del celular que suena porque perdí el manoslibres. Me mata el interés por demostrarme pulcro con traje y corbata, y con la más sincera mueca mis ojos se retuercen y apuntan tan arriba como mis párpados lo permiten. Mi boca se entreabre como si pudiera soportar un poco más con una rendija entre los labios. Y susurro palabras al cielo y a mi Dios, porque enseguida tengo un cielo, y enseguida tengo un Dios.
Una mujer rubia cuelga sobre mí.
Una mujer rubia, de tórax desnudo, con la espalda marcada, cuelga sobre mí.
Una mujer muerta me dice adiós.
Voy al trabajo, el último día del año, y tengo que comprar la cena, y tengo que ir por los globos y el regalo que olvidé, y tengo que contestar el teléfono que suena, qué friega de fiesta, pero cómo me divertiré esta noche.
Y una mujer muerta vigila mi viaje, guarda mi silencio, mis alientos, mis ruegos en susurros, mi respeto, mis anhelos, cuida a mi familia, compra mi cena y va por los globos, una mujer muerta contesta mi llamada, me representa, una mujer muerta se divierte con mi vida. Una mujer muerta se balancea sobre mí y me dice que tenga un feliz año nuevo, y el teléfono deja de sonar. Y todo lo demás también deja de sonar.
Acelera. Llegarás tarde. Hay mucho qué hacer, hay mucho qué hacer, mucho, mucho, piensa, hay mucho qué hacer. Después de salir del trabajo, una mujer muerta, ir al centro a lidiar con la misantropía, una muñeca de trapo, hacer cosas rápido para llegar a casa y tener tiempo de hacer todo, una advertencia macabra, preparar la música, tener miedo, gritar muy fuerte, y ser feliz, y no decir nada, una mujer rubia colgando sobre mí, y ser feliz, muerta, por el año que se fue, muerta, por el año que me enriqueció, muerta, por el año en que no amanecí colgado de un puente en Gonzalitos.
De repente no soy yo
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A veces uno se siente alejado de todo.
Cuando digo "uno" me refiero a mí, y después a ti.
Como que las cosas cambian y dejan de ser tuyas. Quizá no me explique, seguro no lo hago... tal vez sea la pérdida de rutina, el abrupto cambio que me trajo la prepa (o los abruptos cambios que me han traído los últimos meses).
Después de todo, han pasado muchas cosas. Y últimamente he dicho mucho eso. En este preciso momento tengo un horario que compromete mucho todo el tiempo de mi vida y me deja sin mucha libertad de movimiento, de acción. Dos turnos en la prepa son bastantillos, y recién me daba cuenta de que si quisiera dormir mis ocho horas diarias, al menos los miércoles y lunes, debería acostarme apenas llegara a mi casa. Imposible.
Porque llego, abro esa maldita cosa que es facebook, evito el messenger y me pongo a explorar otras cosillas. Y a veces hago un poco de tarea o checo cosas de la prepa.
Pero sí. A veces sientes las cosas diferentes. Como con una cobertura especial que no te sabe a nada. Como que la televisión que ha estado en el mismo lugar de la misma habitación ya por muchos meses te parece algo nuevo, algo extraño, algo completamente diferente... como cuando todo te parece así. Las personas. Te parece extraño o te deja una sensación de no estar en donde deberías el saludar a las personas que siempre vez, el ver a tu madre hacer de comer, el ver a tu padre llegar y aplastarse en el mismo sillón, y tú en el mismo banco de la última fila con los mismos compañeros alrededor, pero de repente algo es diferente. O sea, todo es diferente. Se antepone entre el mundo y tú una cortina que no no más es invisible, intocable, inaudible, una cortina que nadie más percibe. No es algo que te afecte demasiado y te tire el ánimo, no es algo por lo cual caerse muerto o por lo cual reflexionar mucho. Simplemente es una sensación que a veces da, como un déjà vu, algo extraño, sin razón, un juego mental que te hace sentirte extraño en tu propio mundo, el extranjero social. Tanto que ni siquiera en tus dominios te sientes tuyo. Como que se te va la vida, y lo que digo es que tus padres no son tus padres, tu computadora en el regazo no es tu computadora y ese aparato no está ni siquiera en tu regazo, esas piernas no son tuyas, ni esa ropa, y ese sillón que te soporta es algo que nunca habías calado, algo nuevo, algo extraño.
Una simple sensación que da a veces. Debe ser algo Déjà Vu-soso.
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Lo escribí el 12 de agosto. Pasa a veces.
Nuevas percepciones del arte de jugar gato
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Un tablero de tres por tres, como si a eso se limitara la vida y como si en eso se encontraran las esperanzas y los anhelos y el futuro de una generación completa de humanidad. Como si un tablero de tres por tres universalmente conocido hiciera la diferencia entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre la esclavitud y la libertad, o incluso entre cosas importantes y más profundas, como el puré de papas pegado a la sartén y la aburrida tarea de mi hermana. Como si cuatro líneas constituyeran la barrera contra naturaleza salvaje, contra la horda enfurecida que alimenta la revolución incómoda, contra el conflicto de ideas que lleva a la muerte absurda, a la muerte.
Pero lo hacen. ¿Quién aquí sabe jugar?
¿Quién aquí sabe ser quién y derribar líneas legalmente? Esa es la cuestión.
Hay muros. Límites. Cortinas establecidas crueles, indiferentes, invencibles, eternas. No hay nada más eterno que las líneas que conforman un gato mal acabado. No hay nada más duradero en este mundo, ni este mundo mismo, que confronte en longevidad a un empate. Un fracaso. Un fracaso de la humanidad. ¿Quién aquí sabe jugar? ¿Quién aquí sabe no condenarse con cuatro líneas y algunos círculos? Condenarse con algunas cruces que nunca llegan a juntarse, nunca.
Eso no es un juego. Es una obra del demonio.
El demonio es una obra del juego.
¿Quién sabe jugar aquí? ¿Quién sabe ganar aquí? Jugar, es correcto, porque al final de cuentas eso que hacemos no es jugar.
Cuatro líneas.
Al final, eternas.
Cruz, o círculo. Círculo.
Cruz.
Círculo.
Cruz.
Bolita.
Tachita. Bolita, tachita, bolita.
Cuatro líneas eternas. Prisiones eternas. El juego macabro de encarcelar por el resto de los tiempos y aún después de ello a los símbolos más inocentes de esta psique. Algo horrendo. Inhumano. Indecible. Como una condena eterna siendo bolita al centro. Cuatro muros, inderribables, invencibles, intocables si quiera a menos que un mal trazo sea el origen de ello. Un número par para odiar, asfixiante. Muros hacia los cuatro bacabes. Muros hacia atrás y a la izquierda, hacia arriba y adelante y la derecha, hacia abajo, hacia más allá, esquinas. La más horrenda tortura bidimensional, eterna, eterna tortura, entre cuatro muros.
Y entre tres muros. Con una puerta de cristal a los trazos de fuera. Una ilusión: nada sale de ahí. Cuatro líneas en un tablero de tres por tres, nueve prisiones, eternas , en un juego macabro hecho en veinte segundos. Atrás de decenas de libretas y en el dorso de miles de muñecas y en los brazos y en los bancos y en la arena y en los cadáveres.
¿Jugadores? ¿Realmente?
Creamos. Ignorantes, creamos. Como Dioses estúpidos, como Dioses humanos, creamos el tablero de tres por tres casillas, prisiones, cámaras de tortura y condena. Jugamos. Empate, y un fracaso. Y nueve figuras cuya esperanza perece por el bien de todos, en el mejor de los casos. Y nueve figuras eternas. Nueve figuras en trazos que permanecerán, ignorantes de su Dios, su Dios ignorante.
Y mueren sus Dioses creadores. Y el juego permanece. Y tortura. Y se suma a los fracasos.
Un maullido eterno, porque no se sabe ganar, porque no se sabe jugar, porque la bolita enfrenta a una tachita a contraesquina y hay condena de por medio. Y como si no escucháramos, los Dioses siguen fracasando, y siguen jugando a jugar, oportunistas de los errores contrarios porque sólo así "se puede". Y otro empate, y otro fracaso, y otro conformismo, y otra tortura eterna. Como si sus creadores jugaran con ellos. Como si sus creadores pudieran jugar.
No, no. Nadie sabe jugar gato.
Pero el gato sabe jugarnos, sabe jugar humanidad y hacernos partícipes de su virulenta multiplicación de torturas eternas, de su virulenta exaltación de nuestro oportunismo y mala voluntad.
Nadie sabe jugar gato.
Pero el gato sabe jugar humanidad.
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Y sin embargo, tú me has ganado.
Intertextualidades
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Hoy ha muerto mi madre. O quizá ayer. No lo sé.
Hoy ha muerto mi hermana. Hoy ha muerto mi padre.
Hoy ha muerto mi primo lejano y debo ir a su funeral.
Hoy ha muerto el vecino. Hoy ha muerto el presidente en su habitación.
Hoy ha muerto un soldado en combate.
Y la señora de los tamales también falleció. Y su hijo que iba con ella.
Hoy ha muerto un vagabundo. Hoy ha muerto un niño abandonado.
Han muerto Gertrudis y doña Rebeca hoy. Y también el licenciado Robles murió.
Hoy han muerto tres perros y uno era hembra con crías.
Mañana ellos habrán de morir. Mañana ellos habrán muerto.
Hoy ha muerto mi mejor amigo. Mi novia también ha muerto.
Y mi amante muerta estaba ya.
Hoy ha muerto mi sociedad. Hoy ha muerto mi mundo.
Hoy ha muerto Dios, nosotros lo hemos matado.
Hoy he muerto yo.
Y muerto y frío digo que me muero,
que la vida se me olvida,
que la vida se me ha va,
la que no se ha ido
y la que no existe,
allá escondida no existe, se me va,
entre el camuflaje y los pasamontañas uno tras otro, uno tras otro.
Hoy he muerto yo, sepultado por la usura de mi pensamiento,
en la nimiedad de papeles y empaques de colores,
hoy he muerto yo, hoy que es hoy y ayer,
hoy que es mañana he muerto, hoy han muerto todos,
hoy la humanidad ha muerto, justo hoy,
con todo y perros y gatos y víboras y alacranes.
Y sola ha muerto, sin razón más que su sentido,
sola ha muerto, él ha muerto, ellos han muerto, solos en la muerte que no es muerte,
suicidio lo correcto,
y por rectitud henos aquí, muy, muy muertos.
Hoy he muerto yo, y tú muerto,
y tú muerta, me lees sin respirar.
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Edelmiro Cavazos. Muerto.
Papeles impresos que me dejan sin aliento. Expresión en mi faz, no me jodas. Muerto. Muerto hoy, ahora, si cuando me fui esta mañana vivía. En el exilio del anonimato. No hay palabras en absoluto.
Hay un recuerdo, que quisiera decir vago pero no es. Hace unos años salí de la secundaria y mi madre me esperaba donde siempre. A-no-na-da-da. Cita textual.
Marcelo Garza y Garza. Muerto.
Declaraciones maternales que me dejan sin aliento. Y el frío me recorre como siempre sin acostumbrarme, pero éste más frío, con más réplicas en el día de hoy en que he muerto.
Edelmiro Cavazos. Muerto.
A la entrada a la cola de caballo.
Tampico
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De las cosas interesantes que noté durante el viaje:
1. Ríos y arroyos remarcados, subrayados, encerrados entre las líneas del noreste mexicano por el marcatextos divino. Entiéndase, muchos cruces de agua con las orillas aparentemente ensanchadas, los márgenes recién alejados uno del otro a la fuerza. Árboles en su interior tirados. En Nuevo León y en Tamaulipas.
Huellas de Alex.
Asimismo, muchos tramos de carretera en reparación. Ha de ser por lo mismo.
2. Un azul del mar un tanto más turquesa de lo que recordaba de hace dos años. Pero debe ser mi imaginación. Se veía hermoso cuando llegamos, un día de playa. Soleado y sin mucha gente.
3. Menos gente. Quizá por la generalizada creencia de las playas y/o carreteras está todas hechas mierda por el huracán. Yo me incluía en los adeptos a esa creencia. En parte cierta.
4. Medio trotar al malecón del margen del Pánuco con el sol detrás tuyo es divertido.
Medio moverte hasta la playa de la que venías con el sol de frente desde dicho malecón no es divertido. Y te deja la entrepierna con un rojo destellando de ardor.
5. Mi padre se pierde buscando. O en cualquier circunstancia, en realidad. Y calculó su tiempo para llegar al puerto usando fórmulas físicas, lo cual me sacó de onda. Y recuerdo que su calidad de ingeniero lo hace estar familiarizado en cierta medida con la física. Y recuerdo que es un buen maestro de electromecánica, cosa que descubrí al fundir los fusibles de la casa con un socket, o como se escriba.
6. Mucha gente vendiendo en la playa. Pensé que era yo, pero mi madre me lo confirmó. Hay mucha más gente vendiendo cosas en la playa. Trencitas, tatuajes temporales. Jaibas rellenas, empanadas. Pulseras, bolsas. El pelo negro como ninguno, ropa oscura, piel muy morena y una mochila en la espalda. Características generales.
Desempleo. Mucho. El malecón luce triste con esos cinco puestecillos que permanecen. Aunque el día nublado ayudaba con esa postal.
7. Carteles propagandísticos de Rodolfo Torre Cantú. Uno con un moñito negro. Para que vivas mejor, el slogan de la alianza. Se nos fue el candidato. Su hermano ganó con los taches de crayola de votación sobre el nombre del difunto.
Y me pregunto qué habrá sentido y pensado la gente de Tamaulipas aquel 28 de junio.
Y recuerdo la sensación de no-poder-creer-lo-que-me-están-diciendo de cuando iba en el auto de mi mamá tras recogerme ella en la secu, mientras me decía que Marcelo Garza y Garza había sido ejecutado frente a la iglesia de Fátima.
8. El ejército. O la marina, mejor dicho. Desfilando enfrente de la playa mientras trato de tomar una foto a la lluvia observable a lo lejos desde la camioneta de mi padre con dirección al malecón. Me hace recordar a cuando los vi en Garza Sada. O en Colón. O en Lázaro Cárdenas. O en la Carretera. O cateando una bodega por mi la colonia. O en la sopa.
Y el aviso de mi madre, "Guarda el celular, ya ves que no les gusta que les tomen fotos"... Y lo guardo.
9. Tampico es pequeño. O al menos suficientemente pequeño para que un arcoiris salga en el noticiero local.
10. La gente, al menos la de la comunidad mal pavimentada de casas geo cerca de la playa a la que pertenece la de mi madrina, es más amable que en monterrey. Aunque en realidad no es muy difícil encontrar gente más amable que en Monterrey. Por supuesto, es una generalización prejuiciosa. Pero es mi generalización prejuiciosa número 10.
El hecho de escribir cosas más insignificantes y menos literarias en mi blog viene del deseo repentino de escribir algo en mi blog. Que de todos modos el "mi" es constante.
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Mañana a las cinco me voy.
Exacto, puntualidad a la mexicana (como el amor de tequila, tabaco y ron)... con mucha suerte a las siete partimos.
Yo me voy. Con mi familia. A Mataulipas como dijo César, camarada potosino. Desde Narco León, respondo. Unas pequeñas vacaciones nada restauradoras aunque divertidas, espero.
Atentado en Ciudad Juárez deja cinco muertos.
No mames, ¿otro?
[Algún organismo federal] anuncia a cifra de muertes de la guerra contra el narco.
Wikipedia las actualiza seguido. La versión sin .mx de Mecsican Drug Guar siempre tiene la mayor cantidad.
21 mil la última vez. A ver cuántas me dice la pegeerre. O la pegeje. O lo que sea.
Otro funcionario federal deja el cargo.
Ándale, la estampida. Ya se habían tardado.
Primera nota. El curioso video del dichoso atentado con los sellitos repetitivos de canal 5 de Televisa Juárez. Vale, policías... oh, reacciones por la detención de algún cabecilla importante. Ya veo.
Explosivos en su auto. Explosivos en su patrulla. Diez kilos de explosivos en su patrulla. Diez kilos de explosivos en su patrulla detonados a distancia. Diez kilos de explosivos en su patrulla federal detonados a distancia desde un teléfono celular.
Pum. Enfrentito de las cámaras. Pum, con el movimiento accidental y las malas tomas de un accidente cuando nadie espera que pase más. Pum, con humo y cámara agitada y gritos alejados, maldiciones y alarmas de coches. La nota roja perfecta. Pum, enfrentito de las cámaras de Afganistán. De Iraq. De la India. Oriente Medio o más pa´allá. África no, ahí nadie le hace caso a las guerras, están muy pobres para que haya guerra, ¿no?... Camionetas azul y blanco de la Policía federal. Una segunda explosión que dejó herido a nuestro compañero de Televisa Juárez... A distancia... Desde un teléfono celular... Cinco muertos...
Cinco pa´ los 22,800 (dato fresquecito desde la ya citada mecsican drug guar de güiquipedia).
Otros cinco. Pa´ los 19 del centro de rehabilitación. Los doce en la pirámide a media carretera. Los dos de Anáhuac que nadie nunca conoció. La señora que iba a comprar tamales. Los becados del tec. Y los otros veinte mil.
Yo me voy. Vacacionaré en el litoral del golfo. Hasta el jueves y a tirar a la mierda todo. Yo me voy. Aquí les dejo sus problemas a quien quiera ver los noticieros. Su derrame en el Golfo que está más pa´l norte y más pa´allá. Su derrame en el Pilón y El Cuchillo (Pemex no se podía quedar atrás). Su ciudad destruida y sus pretenciones de chingar a su madre como si todo fuera de lego. Su Xochimilco de aguas negras y su Milpa Alta talada. Yo me voy. Su toque de queda autoimpuesto. Sus parques como centros operativos de zetas. Yo me voy a caminar temprano por el mar.
No, no se crean. Mis queridos dos millones de kilómetros cuadrados me acompañan a donde vaya. Voy al frente de batalla. Todita esta tierra olvidada por Dios es campo de batalla. Voy al frente que tiene playa y palapas y basura, eso es todo. Voy a dejar de quejarme un momento, eso sí, pa´ que algo pase y la guerra por obra del espíritu santo se convierta en mariposas bienhechoras.
Yo me voy. No los dejo. Voy al frente de batalla. Pero al que tiene sol y playa. Voy a que si me matan, aunque sea con traje de baño.
El fantasma de las navidades pasadas
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Todo bien, bueno, poderoso y saludable. El momento justo, exacto, la ínfima milésima de segundo correcta en donde se concentraba mi ser, mi vida, mi mundo, todo. Los cuatro puntos cardinales de la rosa apuntando sobre sí, a ese lugar, a ese instante, a ese cubo de hielo en la eternidad. La luz emanando y regresando a su fuente, sin atreverse a desobedecer a su amo y señor, su yo mismo que la devolvía en sus pasos a fundirse en la dualidad con la oscuridad húmeda de una calle en pendiente. Todo perfecto. Armonioso. Bello.
El agua goteando con musicalidad, la del desorden de la lluvia en el desierto olvidado del cielo. Los pasos silenciosos. La cabeza baja. El jugar incesante de posiciones entre tú y yo. Tú atrás, evalúo. No. Yo atrás, evalúo, no, después. Piensa clara y fríamente cada movimiento. La siguiente. El siguiente.
Ya, que de chingaderas nos vamos a dejar. El momento justo es ahora. El más perfecto y especial de mi vida, aquí, aquí seremos uno en el big bang de toda una vida nueva como cada 17 y cada 9 y cada lunes y martes y los siguientes, los siguientes comienzos. Júntate. Cerquita. Yo a ti. El momento justo, el instante perfecto, más que nunca, el que no se podría repetir en ningún otro lugar, el lugar que no podría estar en ningún otro momento...
El puñal por mi espalda, con mi mano, y el big bang te estrella al abismo más profundo y alejado de mí. Y todo se va. And myself is killing me and you... where are you? どこ行きの。。。
Todo blanco. Todo vacío. Todo silencio. Y puedo ver el escarlata brillante de las gotas parsimoniosas bajo mis pasos. Y puedo ver mis sombras en las cosas que no están. Que se van sin irse. Sombras de las sombras de las sombras, una por cada momento que se encadenó a la carrera del abismo. Y puedo sentir el bajo mundo social que no me atrapa más que en sueños de veinte minutos. Y puedo escuchar mis lamentos y las cadenas que no me dejan salirme de mí mismo.
Puedo verlo todo, y más que eso. El escarlata que chorrea y marca sin piedad la misma ruta del bucle de mi vida. El círculo eterno. Espiral. Vorágine. Hacia el centro voy.
Ahí, el agujero negro de mi conciencia.
El agua goteando con musicalidad, la del desorden de la lluvia en el desierto olvidado del cielo. Los pasos silenciosos. La cabeza baja. El jugar incesante de posiciones entre tú y yo. Tú atrás, evalúo. No. Yo atrás, evalúo, no, después. Piensa clara y fríamente cada movimiento. La siguiente. El siguiente.
Ya, que de chingaderas nos vamos a dejar. El momento justo es ahora. El más perfecto y especial de mi vida, aquí, aquí seremos uno en el big bang de toda una vida nueva como cada 17 y cada 9 y cada lunes y martes y los siguientes, los siguientes comienzos. Júntate. Cerquita. Yo a ti. El momento justo, el instante perfecto, más que nunca, el que no se podría repetir en ningún otro lugar, el lugar que no podría estar en ningún otro momento...
El puñal por mi espalda, con mi mano, y el big bang te estrella al abismo más profundo y alejado de mí. Y todo se va. And myself is killing me and you... where are you? どこ行きの。。。
Todo blanco. Todo vacío. Todo silencio. Y puedo ver el escarlata brillante de las gotas parsimoniosas bajo mis pasos. Y puedo ver mis sombras en las cosas que no están. Que se van sin irse. Sombras de las sombras de las sombras, una por cada momento que se encadenó a la carrera del abismo. Y puedo sentir el bajo mundo social que no me atrapa más que en sueños de veinte minutos. Y puedo escuchar mis lamentos y las cadenas que no me dejan salirme de mí mismo.
Puedo verlo todo, y más que eso. El escarlata que chorrea y marca sin piedad la misma ruta del bucle de mi vida. El círculo eterno. Espiral. Vorágine. Hacia el centro voy.
Ahí, el agujero negro de mi conciencia.
Boceto
Publicado por Cronopio azul en 17:08 0 comentarios
Dibujemos. Aquello que logramos crear un día, sí, la ilusión transmutada, transgredida, violada por nuestras pecadoras voluntades. Transgredamos esta caricatura de realidad. Rompe el velo que las separa, cruza la línea, cruza el abismo, sólo el pequeño paso que separa estos mundos. Atrévete. Atrévete a jugar con la humanidad como los pequeños muñecos que son, a dejarlos tirados a todos, en el rincón donde nadie ve. Atrévete a arrojarlos donde nos han arrojado, en el destierro de lo que no se debe, de lo que no se puede, de lo que no se hace; de lo que no es verdad ni para ti ni para mí y a nosotros nos vale porque no existimos, tira lejos el individuo de teflón y junta tu piel a la mía. Tíralos, tíralos lejos y que el viento se los lleve. Toca mi mano, tu derecha en la mía, tu izquierda llevando aquello en sentido del viento fuerte que no te da tregua, en el sentido del agua que corre bajo tus pies, que te golpea la cara, que acaricia tu cuerpo por el efímero momento para llevárselo todo. Lejos, muy lejos. Arrojado que quede todo, a donde el niño arroja su mochila cuando vuelve de la escuela, a la más miserable y merecida indiferencia y que nada nos importe, que nada ni nadie nos juzgue, ni esas horribles entes que se hacen llamar conciencias, razones y nociones de lo correcto, que nada ni nadie se meta a controlar las cuerdas de estos cuerpos otra vez como siempre. Cortémoslas y manejemos nuestras marionetas por nosotros mismos como no es posible, hagámoslo como no se puede hacer. Dibujemos un boceto de felicidad, yo la sonrisa animal en tu cara, tú la complacencia en la mía, los sentimientos nuevos a cada momento, las sensaciones novatas, los nuevos lugares, las nuevas formas, las nuevas texturas, la nueva manera de jugar a que somos artistas grandes y capaces de más que nadie. Dibuja mi cuerpo, detalle por detalle, uno por uno de estos cabellos que se enredan sobre el otro, cada centímetro, cada nota que emane de mi boca, cada clave tarareada por mis dedos en tu espalda mientras me dibujas con esa ternura violenta, esa tiza rojinegra de sombras y oscuridades completas, de gemidos, impresiones, respiración pausada, corta, que suena más que nunca como luchando con los laberintos infinitos de tus interiores, de tus pensamientos idos, de tus emociones agolpadas en la salida de tu boca, de tus ojos cerrados. Dibujémonos, uno al otro, con mis caricias lentas que aceleran, a tu costado y al frente, remarcando tu contorno perfectamente proporcionado para caber en mí y que yo encaje justo cual pieza del más hermoso rompecabezas. Déjame dibujar un pequeño camino a tu alma que se escapa, que se escapa cuando nadie ve, cuando todos están tirados en el rincón oscuro, el frío recoveco de indiferencia que a todos gusta. Déjame llegar a ella, sostenerla, escucharla suavecito con las risas que se escapan, que emocionan, con su lenguaje de señas que entiendo, que sé, que es lo único que sé en este mundo. Dibujemos el cuento de una vida juntos, amor, cada letra del felices por siempre con cada suspiro que escape y que no dejemos ir. Dibujemos la canción que nos sabemos los dos, amor, y tú un arco y yo el otro del símbolo cliché, las alas de nuestra libertad a la nube más cercana para parar ahí a un descansito antes de cruzar por la vida, antes de morirme por un rayo que me encuentre con mi boca estampada en la tuya, con mis brazos sobre tu abdomen, o mis manos en tus mejillas, o en tu pelo, o donde sea que trate de sentir el olor de ti, el lenguaje de tu alma que me sé perfectamente, donde habla con la mía, sintiendo todo, sabiendo todo, teniendo todo. La obra de arte, dibujemos la obra de arte que es este rincón de soledad en el otro, amor, que el artista del carboncillo eres tú, el cielo, la vida, la gracia, el cariño y el placer, la timidez contenida como nunca, el escape infame del mundo. Dibujémonos juntos de nuevo, el amor efímero, al fin y al cabo el viento se lleva a todo, y todo será, será el fue, será el lindos momentos aquellos, el recuerdo nostálgico, el dolor, la lágrima, la sangre, la experiencia, que al fin y al cabo el arte de amar es efímero como tu nombre en mis labios, que todo será, y no vale nada que me valga tanto porque te amaré estos minutos hasta que terminemos de dibujar en el suelo, en la pared indiscreta o una hoja de papel que perderé o que irá a la basura, y venga la lluvia, y venga el viento, y vengan las pisadas horribles de tantas suelas de zapato que cobren venganza sin saber siquiera y todo acabe por siempre, hasta que otra eternidad nazca.
Otro día de limpieza en mi cueva
Publicado por Cronopio azul en 20:59 1 comentarios10/05/09, como 30/01,
3001.
¿Pensaste en mí? ¿Por qué rayos? Nunca lo haces, o nunca lo dices...
En fin. No importa.
Hay algo que tengo que decirte...
Ay, por Dios, nada sale de mi boca... tiene que ser hoy... ¡Tiene que ser hoy!
El timbre, maldita sea. Otro día perdido...
No. Tienes que ser ahora, o nunca.
¡Oye!...
Volteas.
No me atrevo a mirarte a los ojos, pero debo decírtelo.
... Eres tú.
La confusión se te nota. No te lo esperabas, ¿verdad?
Dios, soy un idiota. ¿Quién esperaría que su mejor amigo fuera más allá para estrellarse con el amor? patético.
No respondas, no digas nada. Me debo formar, adiós.
¿Recuerdas? Yo no recuerdo nada en la transición entre el periodo de entrada y el receso medio para el recreo, salvo mis nervios molestos y un montón de pensamientos, ideas, sentimientos, escenarios que hoy son demasiado ambiguos para describirlos a fondo.
El descanso. Seguro me llevarás a esa plataforma entre los terrenos fértiles de la escuela que ya has hecho tuya... que ya has hecho nuestra.
Sí.
Tengo que hablar contigo.
Claro. Lo sabía.
Quiero que sepas que nada va a cambiar...
¿Qué sentí en ese momento? No lo recuerdo, no lo sé. Quizá nunca lo supe, quizá tampoco cuando lo dijiste pude ponerle nombre a lo que se agolpaba dentro de mi cabeza.
... que seguiremos siendo amigos.
Quizá una confusión horrible. Ese no estar seguro de nada que tan frecuentemente me ataca y saca de quicio a cualquiera que quiera profundizar en mí.
¿Qué sentía? ¿Alivio o desesperanza? ¿Gratitud, o rencor?
Si yo sabía que nunca me dirías otra cosa que no fuera "amigo", "hermano" a lo mucho.
El timbre, de nuevo.
No fue tan rápido, pero eso es lo esencial, lo que alcanzo a reconstruir.
Espera. Léelo en el taller.
Era mi "confesión en prosa".
Apenas ayer la había leído Helena.
Apenas ayer ella te había dicho lo que yo me atreví a confesar hasta hoy... hasta ese viernes 30 de enero.
Otras 3 horribles horas de incertidumbre.
El timbre... ¡Dios, el timbre!
Era de esperarse, me sentía nerviosísimo, como no había dejado de estar en todo el día.
No recuerdo con quien hablabas, o si estabas hablando con alguien... Ya casi todos habían bajado y el grupo estaba donde siempre, tú con ellos.
Te dirigiste a mí...
Y en el gesto más espontáneo que haya visto nunca de ti, me abrazaste.
Y... recargaste tu cabeza en mi hombro, no dejaste siquiera que comprendiera qué pasaba...
¡Dios! ¡Me está abrazando!
Ni siquiera pude corresponder, mover mis manos y esquivar la mochila que llevaba puesta para abrazarte también... Porque eran tantas y tan intensas las cosas que sentía, que si no fuera yo tan preocupado por la opinión pública, tan cerrado, tan introvertido, me habrías visto llorar...
Llorar de felicidad.
Más felicidad que nunca.
¡Me quiere! ¡Dios Santo, me quiere!
Qué hermoso fue aquel día.
3 segundos son mi recuerdo más feliz.
Los 3 segundos más cercanos a ti y al cielo.
Aww... Eres la cosa más linda, ¿sabes?
-Lo sé.
No puedo creerlo. El sólo recordar lo feliz que creí que pude haber sido me hace amarte de nuevo...
y querer con el alma verte otra vez...
Para abrazarte como nunca te he abrazado.
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Yay. Este domingo, aprovechando mi pseudolibertad, me puse a ordenar el desastre que había hecho en mi cuarto últimamente (que no había tenido tiempo de arreglar, con tanto trabajo y examen). Como siempre, me encontré con los testimonios de lo cursi que puedo ser a veces.
Hace un año exactamente escribí eso de arribita. Con una pluma azul a la que al parecer se le acababa la tinta. Y una letra fea en los cuadritos de la libreta de taquimecanografía que casi nunca usé. Diez de mayo, seguramente durante las influenzavacaciones.
En un año pasan muuuuuuuchas cosas. Después de todo, la URSS se cayó en unos meses. Amo mi clase de historia.
Hoy, día de las madres. Corrí -literalmente- a comprarle chocolates a la mía. Una pequeña dedicatoria, un moñito. Improvisación por sobre todo. Pero me salen mejor los improvisados, las personas que quiero lo saben. Un llavero de pastelito, un dibujo de béquer o juana la loca o ulquiorra, un cuento de espejos con una introducción acortazarada.
En fin. Me pareció gracioso encontrar eso un año después y lo publico. Nomás para pasar el rato. Así como está escrito, con algunas correciones ortográficas y supresión de nombres. Lo esencial.
¿A que no es uno empalagosamente tierno cuando se apendeja de esa manera?
Rotulado político, ¡feliz día del niño!
Publicado por Cronopio azul en 9:51 0 comentarios
Niño. Hoy eres grande. Un treinta de abril a alguien se le ocurrió ponerte día para gastar en bolsitas de dulces, pasteles, música e inflables. ¿Serás feliz hoy? Es de suponerse, no tienes edad para querer esas nimiedades por las cuales mueren otros, situación económica, empleo, educación, contaminación, inseguridad. Sí, serás feliz, como lo eres siempre, con tus tiritas agridulces y paletas de manita y tarro de cerveza, el de la espuma que sabe como dulce pero pica en la lengua, pica rico.
A celebrarte, pues. Arrojemos la casa por la ventana. No hijo, tu casa por la ventana, con el nombre de nuestra, por supuesto. Unas cuantas cuotas por el chilidog, la gelatina, las papas fritas de color blanco y el refresco. Un cuanto presupuesto para llevar bolsas decoradas con propaganda... pues échale dulces de una vez. Un afloje de restricciones, un poco de condescendencia para permitir libertad, diversión, convivencia, festejémoslos que se han esforzado este tiempo en la escuela, hoy es su día y hay que tomarse muchas fotos con la ropa nueva y los globos y los payasos que algunos temen. Feliz día del niño, sí, con una bolsa de dulces. Con una bolsita de dulces.
Al cabo que eres niño y con una bolsa ya la hicimos. Del DIF. Del gobierno municipal. De la misma escuela, sí. Para agradecerte la existencia que exaspera a tantos y tantos maestros, que a pesar de todo te quieren. No para darte clase, dijimos te quieren, no exageremos. Te quieren por calladito. Porque calladito te ves bonito. Calladito haciendo desmadre cuando Profe se va, cuando Miss se va, calladito haciendo boberías, puras boberías, hermosas. Hablando como marinero de cosas que no deberías saber pero sabes. Tú, niño, hoy que seas feliz, gracias por todo, tu día, hoy, pásatela bien, sí. Que hay que agradecerte. Y bien.
Las buenas gracias pagadas por tus padres, gracias a dejar a la maestra con su dedo, su horrible dedo, su gran dedo de uña larga y blanca, arreglada, un delicado anillo, su gran dedo apuntando cada uno de los alvéolos, gracias por dejarla indicar con su gran estatura, más que la tuya que eres minúsculo como un renacuajo, gracias por dejar su voz grave y fuerte y horriblemente molesta, endemoniadamente molesta y molestamente horrible, cada una de tus respuestas, en secreto y en voz alta, cuando la supervisora se va con el más completo sigilo, y tú ignorante, y todos ignorantes, pero unos genios, ignorantes de su genio, por tanto genios como ninguno. Veintitrés, a. Ve-in-ti-tres, aaa. Con cuidado de que no venga. Veinticuatro b. Rapidito. Veinticinco, a. Y veintiseis y veintisiete. Esa es d, veintinueve, deee. Las buenas gracias por mirar sólo su dedo. Y no mirarla a ella. No mirar eso. No mirar nada. No gritar ninguna orden a la maestra que es superior y eso no-se-hace. Tú sólo entiendes, mira qué guapo. Gracias por tragarte, masticarte, rumiarte a ti mismo. Lo que te queda de dignidad, que viene siendo toda si no me equivoco. Lo que te queda, que es mucho, y es difícil que te quepa tanto, mastícala y trágatela y digiérela, cágala, pero calladito hasta que no pase nada. Las buenas gracias, niño. Que no dijiste nada y nada dirás. Niño estúpido, corazón, ¿ya tomaste tu plato? Qué rico le quedó a tu mamá el chilidog.
Gracias, niño. Gracias por permitirnos tanto. Por sonreírnos con esa carita llena de insolencia e inmadurez, o sea, inocencia y ternura. Por darnos gracias por las pelotitas, la comida, los regalos de la rifa o la música de baile, gracias te damos a ti y que la pases bien y hasta el jueves. Gracias que nos das gracias por tanto que te damos, te lo mereces, en serio. Gracias por vernos a nosotros, con odio a veces, pero por ver que te queremos. Gracias por dejar que estos doscientos días se vayan a la mierda. Gracias, en serio. Gracias por ser autodidacta si te interesa, por no reclamar, por se calladito y bonito. Gracias por enojarte conmigo por dejarte sin descanso. Gracias por darme gracias y apreciar lo que te damos, una bolsita, dos, tres hoy que tienes suerte (un sistema educativo mal planeado y mal ejecutado, remedos de maestros con un cinismo olímpico, un país en guerra y una constitución formada bonita y de cristal, reformada con las patas de quien se anima a escribir, esta conciencia del conformismo y el nimodismo, y muchas cosas más que nos debes y que te regalamos de todo corazón) y hasta una pelota azul alcanzas.
No, no, no. Te podrás merecer la bolsita de dulces. Pero un mundo donde las personas no se maten unas a otras, no me lo pidas. Un libro, ¡menos! te tendría que enseñar a leer, chamaco. Una plática seria, acercarme a ti, picarle off a la televisión... me salió exigente el crío este. Al rato te compro un wii y un pastel. Y que seas feliz, hoy, feliz día del niño.
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Ya bien sé que carece un tanto de estructura, planeación, composición o cual eufemismo quiera adjudicársele. Pero sería bueno publicar el día del niño en el día del niño. Así como sale de mi más infantil recoveco.
Felipe cumple años hoy, y oh Dios, el martes tengo POI y examen de mate. Mierda.
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Déjame poner atención a mi clase. Si, lo hago siempre que hay que hacerlo y siempre que no ayudo a alguien más a dar clic a "On", sí lo hago por que hay que hacer una tabla, seguro otra tabla de esas monótonas con una clave principal -por obviedad- y para dar formato a los campos con esos recaditos y notas y descripciones que no se van a ocupar, fabricar registros artificiales que me invento con el poder de mi creatividad adoptada. Aureliano Buendía en Macondo, Monterrey, número 83041102, masculino. James Evans en Grimmauld Place, San Nicolás, número 83310789, masculino. Come on, una mujer; digo, vamos, una mujer, Juana Rodríguez en Londres, Guadalupe, número 83310762 o algo así, así dejémoslo que a final de cuentas nadie ve nada y nomás me quiero lucir conmigo mismo. Déjame acabar esta tarea tediosa, mantenerme ocupado por la hora por la que pago de lunes a viernes con una beca que bien que uso. Déjame aprovechar, que lo hago y bien, mejor que nadie y con presunción y todo. Deja que sean las cuatro de la tarde y la campanita suene, la que está en el lobby o recepción, mejor recepción, creo que junto a las escaleras. Deja que tome mis cosas, la libreta que no usé por que desde fechas arcaicas ni la fecha pongo, deja que guarde el lápiz y la pluma porque quise sacar todo, todo adentro de esta mochila azul, tan clásica e intertextual, tan sin chiste. Deja me la amarro a un hombro por que no me gusta traerla en los dos. Pero no pienso en eso, por reflejo en los dos. Déjame decir adiós, despedirme como Dios manda de unos cuantos, Krystina por defecto de fábrica, quizá Betzabé, quizá Éricka, déjame despedirme con un ligero movimiento de palma, un beso o dos y un hasta luego, o más bien Bye, profe, que siempre me gusta más decir profe que nada, si es bonita y amigable esa palabra. Déjame bajar las escaleras que a ella, mi profe de un cutis extraño con un labial que resalta horrores (que no me importa mucho, pero que resalta), a ella con el pantalón negro de tela movediza y zapatos extraños le gusta usar el segundo piso. A mí no por que detesto esos monitores voluminosos y el olor de ese minúsculo rincón de monstruos blancos amontonados, uno sobre otro, uno junto a otro, con el mismo armazón pero con el alma cambiada una y otra vez y un sistema de punta, no lo niego, pero en un rincón de choquía que detesto no con el alma pero si con el trasero. Déjame bajar solo, tras negar la compañía por que me gusta viajar así, amo viajar así, moverme a lo largo del metro que conozco por costumbre sin nadie a mi lado más que mi mente que divaga entre letrero y letrero y con suerte entre pista y pista, melodía y melodía, mientras no tenga sueño y tarea en que pensar por que la secu acapara también y entorpece mi educación. Cómo me gusta hoy, aunque no me guste eso sino que no me gusta la compañía, cómo me gusta hoy estar sin estar al lado de alguien que me roba el tiempo por no decir que no y por pura filantropía amistosa, que molesta pero que me trago para transformar en instrucciones pacientes y risitas tontas, en alguien que sabe un poco más, un buen maestro que eso quiero. Déjame decir que no por que voy a otro lado y cruzar antes que nadie por las columnas de espejos, el azulejo blanco del piso, las escaleras con la pared lila de muchos cráteres y erupciones, esa pared rugosa que me gusta y que no me gusta. Déjame bajar sin instrucciones, por que desgraciadamente aún no sé cómo, déjame cruzar la recepción sin notar a los de la clase siguiente más que tal vez al cabezón ese. Cruzar por enfrente de los baños y al lado del otro laboratorio, el que sí me gusta, déjame dar pasos moderadamente grandes por que si tengo ganas de llegar temprano hoy. Déjame jalar la puerta, la primera, y luego empujar la otra y pisar la alfombra estampada, del tipo de adquisiciones elegantes, por decir algo, cuyo sentido de existencia se me pierde. Déjame ver a ambos lados y descubrir que hay una lucecita roja a mi derecha, aunque no lo pienso pero déjame hacerlo, y mirar al otro lado, la izquierda aunque no lo pienso y descubrir la pequeña fila de dos autos de ancho, de algunos más de largo, a que me dejen pasar entre motor y escape, con el paso largo hacia ti. Déjame cruzar, bajar la acera con el filo amarillo gastado, gastar miserablemente el pavimento con mis zapatos tenis grises con una bolita de equilibrio en ellos, no de esas sino un ying-yang decorativo a cada lado. Déjame subir la acera frontal, por obvias razones aburridas y de planeación urbana y humana. Subir un escalón, de nuevo sin instrucciones, caminar moderadamente rápido y pasar al lado de atrás que ahora es el de adelante del puesto de revistas que desde hace meses está cerrado, la mole verde en la que nunca compré nada aunque siempre me antojó.
Déjame tenerte, ser tuyo, acariciarte, así, como lo han dicho mil voces antes que la mía y mil palabras antes que las nuestras, cada centímetro de tu piel, cada puto centímetro de tu piel y cada suspiro tuyo, cada tejido de alma, cada fibra de espíritu entrelazada con tu organismo, déjame ver esos pensamientos que nadie más ha poseído, escribir tu autobiografía, nadar en esa piscina con los robalos verdes que no son robalos pero robalos suena, suena, mira como suena robalos, déjame tenerte, u odiarte a partir de ahora y hasta la eternidad, y aquí hasta el último rincón de este mundo, que no es ninguna ciudad ni ningún pueblo más que entre los dedos de tus pies, entre las olas de mi primer viaje a Tampico, aterradoras, déjame, déjame ser libre para que seas libre conmigo, de nuevo, déjame saberte y que me sepas, ser recíproco y comenzar una orgía armoniosa, contigo y sólo contigo que ambos queremos, déja que ambos queramos, que ambos queramos nuestros labios en una patética simbología de que ambos queremos devorarnos al otro sin ninguna clase de piedad o medida, déjame dañarte como a nadie más y estar en tu mente, en tu casa, en tu alcoba y al lado de tu asiento en un atardecer, en tus recuerdos clichés y tus lágrimas de cocodrilo, y tu alma condensada, que estes tú aquí también para equilibrar las cargas, las vidas, y estar en el centro imaginario de todo, déjate ser el centro del universo sobre mí y abajo que ambos lo somos y no tiene caso que diga ambos, déjame estos segundos, este medio segundo, déjame ver tus ojos estas miserables centésimas de segundo, millonésimas de millonésimas de mi vida, para imaginar que te amo y que soy feliz y amarte y ser feliz mientras miro esos hermosos ojos cafés en ese hermoso cuerpo con esa ropa que te sienta bien y esos zapatos negros, todo, todo alrededor de esos ojos que se desvanecen rápido y para siempre, como bajo cada escalón hacia la estación Padre Mier del metro.
Déjame tenerte, ser tuyo, acariciarte, así, como lo han dicho mil voces antes que la mía y mil palabras antes que las nuestras, cada centímetro de tu piel, cada puto centímetro de tu piel y cada suspiro tuyo, cada tejido de alma, cada fibra de espíritu entrelazada con tu organismo, déjame ver esos pensamientos que nadie más ha poseído, escribir tu autobiografía, nadar en esa piscina con los robalos verdes que no son robalos pero robalos suena, suena, mira como suena robalos, déjame tenerte, u odiarte a partir de ahora y hasta la eternidad, y aquí hasta el último rincón de este mundo, que no es ninguna ciudad ni ningún pueblo más que entre los dedos de tus pies, entre las olas de mi primer viaje a Tampico, aterradoras, déjame, déjame ser libre para que seas libre conmigo, de nuevo, déjame saberte y que me sepas, ser recíproco y comenzar una orgía armoniosa, contigo y sólo contigo que ambos queremos, déja que ambos queramos, que ambos queramos nuestros labios en una patética simbología de que ambos queremos devorarnos al otro sin ninguna clase de piedad o medida, déjame dañarte como a nadie más y estar en tu mente, en tu casa, en tu alcoba y al lado de tu asiento en un atardecer, en tus recuerdos clichés y tus lágrimas de cocodrilo, y tu alma condensada, que estes tú aquí también para equilibrar las cargas, las vidas, y estar en el centro imaginario de todo, déjate ser el centro del universo sobre mí y abajo que ambos lo somos y no tiene caso que diga ambos, déjame estos segundos, este medio segundo, déjame ver tus ojos estas miserables centésimas de segundo, millonésimas de millonésimas de mi vida, para imaginar que te amo y que soy feliz y amarte y ser feliz mientras miro esos hermosos ojos cafés en ese hermoso cuerpo con esa ropa que te sienta bien y esos zapatos negros, todo, todo alrededor de esos ojos que se desvanecen rápido y para siempre, como bajo cada escalón hacia la estación Padre Mier del metro.
Más mierda de pensamiento. Pero ahora no me mojé. Punto. Y continuará. Punto.
Publicado por Cronopio Azul en 22:58 2 comentarios
Vacaciones. Santas, santas, putas, santas vacaciones. Oh, comer... comer.
Huevo. ¡Hey, Marce! Huevo. Y palomitas enchiladas en el estómago. Madre mía, y todavía es inexplicable por qué tanto cáncer e hiper-lo-que-sea y esas cosas que ya no te dejan morirte a gusto. Puta, si es inexplicable para qué tratamos de explicar. Por qué... debería copiarlo, aunque sea como borrador. Of course, nunca una entrada publicada. Demasiado entrona. Ándale, con neologismos ahora en español. Al menos de aplicación.
Oh, delicioso. Pero llamaeso, cómo, llamaeso. Lo hubiera jurado. Uno siempre jura cosas. Como que se es bastante normalito para no tener problemas. Para tenerlos, pendejo, a eso me refería. Delicioso. Exacto, tratar de parar el pensamiento de repente a la velocidad de los dedos, el ardua labor que deja esta mierda. De todos modos para qué pensar. Al final es lo mismo, la misma tesis, la misma película con un baño homosexual o un loquero loco o una mujer reivindicadora o un presidente homicida o una revista especial de national geographic. La vida es la puta vida, coño, tan puta que hay que vivirla y pensar que se ha vivido aunque no pase ni vaya a pasar nada. Aburridoooooo...
Oh, sí. Resulta que quiero la pelota que Lisa le quitó a Maggie. Y si no quiero que sea un capricho, jódete. Todo aquí lo es. Aquí es wherever y whenever y whatever y una mosca parada en la pared.
Linda pared.
Linda incomodidad. Linda, linda, linda.
Oh, delicioso. Bonitas vacaciones.
Huevo. ¡Hey, Marce! Huevo. Y palomitas enchiladas en el estómago. Madre mía, y todavía es inexplicable por qué tanto cáncer e hiper-lo-que-sea y esas cosas que ya no te dejan morirte a gusto. Puta, si es inexplicable para qué tratamos de explicar. Por qué... debería copiarlo, aunque sea como borrador. Of course, nunca una entrada publicada. Demasiado entrona. Ándale, con neologismos ahora en español. Al menos de aplicación.
Oh, delicioso. Pero llamaeso, cómo, llamaeso. Lo hubiera jurado. Uno siempre jura cosas. Como que se es bastante normalito para no tener problemas. Para tenerlos, pendejo, a eso me refería. Delicioso. Exacto, tratar de parar el pensamiento de repente a la velocidad de los dedos, el ardua labor que deja esta mierda. De todos modos para qué pensar. Al final es lo mismo, la misma tesis, la misma película con un baño homosexual o un loquero loco o una mujer reivindicadora o un presidente homicida o una revista especial de national geographic. La vida es la puta vida, coño, tan puta que hay que vivirla y pensar que se ha vivido aunque no pase ni vaya a pasar nada. Aburridoooooo...
Oh, sí. Resulta que quiero la pelota que Lisa le quitó a Maggie. Y si no quiero que sea un capricho, jódete. Todo aquí lo es. Aquí es wherever y whenever y whatever y una mosca parada en la pared.
Linda pared.
Linda incomodidad. Linda, linda, linda.
Oh, delicioso. Bonitas vacaciones.
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1:18. Debería dormir. Mañana tengo examen pesadillo de mate -al menos debe serlo- y japonés. Lengua inútil. Como todo.
Seudoreconciliado conmigo mismo. En paz. Con una sensación de que hice lo que debía hacer... pero para arreglar el puente roto. Quizá la selladura pueda más que el concreto original. Quiero pensarlo aunque todos pisen igual. Como si nada hubiera pasado. Pero sé que pasó. Vi cuando se calló resistiéndose, cuando le arrojé aquellas granadas de tacos traducidos en el tono de voz que detesto, que detesto por amar por que sólo así doy miedo. Sólo así y de vez en cuando. Cada mes o cada año que no pagan la renta. Cada día de 14 meses. Esas granadas que destrozan como nada. Con las que ni yo puedo. Esas que forman el lado más hábil de mí. El más horrible, enmarcado en un aire de justicia y castigo y sobriedad y poder. Tiranía sobre el alma. Tiranía sobre el cariño y el amor. A veces funciona, funciona bien, bonito, muy bonito. Pero no cuando tumbas el puente a tu propia humanidad. Lo vi caerse, no lo vi, lo sentí en mi espalda, en mi hombro derecho (estoy seguro, con esa mano escribo), en mi oído con ese húmedo chirrido, ese gemido horriblemente hermoso. Sincero o algo así. Desnudo, débil, suplicando piedad. Ya cuando se la doy y se la suplico yo. El puente se caía arriba de mí y nada me pasaba.
Mi alma se destrozaba dentro. Ya, está bien. Todo está bien. Y estará, es humano el pobre puente y mi pobrecilla alma de zopilote. Ya pasará. Pasa. Y en cinco minutos bajaré las escaleras para tocar tu puerta y que me abras y ver prendida una lucecita verde que me diga que puedo publicar mis tonterías y hablar de ellas y decir que soy un tonto pero ya no. Y creerme ególatra pero no tanto. Y creerme especial por identificarme con todos. El canturreo de siempre, la misma autoflagelación que tan interesante me hace ver. Autocompasión. Pero ni tanta. Dónde acaba, no lo sé. En todo caso no importa. El puente está selladito, caminar por él yo puedo, y con sus bordes suaves de una felpa grandotota puedo recordar la sensación de comodidad tan tierna en el corazón. Anda, tierna, sí. Al menos por ponerle un adjetivo.
Se siente bonito. Al menos por decir algo. Se siente, el te pasaste se siente. Me pasé. Se siente tanto para valemadrear las oraciones. Chíngale. Pa´ qué te digo que no si sí. Si hasta para valemadrear esto se siente.
Seudoreconciliado conmigo mismo. En paz. Con una sensación de que hice lo que debía hacer... pero para arreglar el puente roto. Quizá la selladura pueda más que el concreto original. Quiero pensarlo aunque todos pisen igual. Como si nada hubiera pasado. Pero sé que pasó. Vi cuando se calló resistiéndose, cuando le arrojé aquellas granadas de tacos traducidos en el tono de voz que detesto, que detesto por amar por que sólo así doy miedo. Sólo así y de vez en cuando. Cada mes o cada año que no pagan la renta. Cada día de 14 meses. Esas granadas que destrozan como nada. Con las que ni yo puedo. Esas que forman el lado más hábil de mí. El más horrible, enmarcado en un aire de justicia y castigo y sobriedad y poder. Tiranía sobre el alma. Tiranía sobre el cariño y el amor. A veces funciona, funciona bien, bonito, muy bonito. Pero no cuando tumbas el puente a tu propia humanidad. Lo vi caerse, no lo vi, lo sentí en mi espalda, en mi hombro derecho (estoy seguro, con esa mano escribo), en mi oído con ese húmedo chirrido, ese gemido horriblemente hermoso. Sincero o algo así. Desnudo, débil, suplicando piedad. Ya cuando se la doy y se la suplico yo. El puente se caía arriba de mí y nada me pasaba.
Mi alma se destrozaba dentro. Ya, está bien. Todo está bien. Y estará, es humano el pobre puente y mi pobrecilla alma de zopilote. Ya pasará. Pasa. Y en cinco minutos bajaré las escaleras para tocar tu puerta y que me abras y ver prendida una lucecita verde que me diga que puedo publicar mis tonterías y hablar de ellas y decir que soy un tonto pero ya no. Y creerme ególatra pero no tanto. Y creerme especial por identificarme con todos. El canturreo de siempre, la misma autoflagelación que tan interesante me hace ver. Autocompasión. Pero ni tanta. Dónde acaba, no lo sé. En todo caso no importa. El puente está selladito, caminar por él yo puedo, y con sus bordes suaves de una felpa grandotota puedo recordar la sensación de comodidad tan tierna en el corazón. Anda, tierna, sí. Al menos por ponerle un adjetivo.
Se siente bonito. Al menos por decir algo. Se siente, el te pasaste se siente. Me pasé. Se siente tanto para valemadrear las oraciones. Chíngale. Pa´ qué te digo que no si sí. Si hasta para valemadrear esto se siente.
Violación a la privacidad
Publicado por Cronopio Azul en 21:25 3 comentarios
Una se pasa los años aguantando maltratos de todo tipo. Como si nuestra dureza e indiferencia fuera lo único que importara. Y bueno, es lo único que importa.
Milenios, milenios con el mismo destino. Una añora esas épocas cuando se vivía con caricias por ser frágil, cuando se era tan desechable como un "¿Quieres ser mi novia?". Pero seré justa: así de frágiles las éramos que perecíamos entre las llamas de la punta de flecha en algún ataque a nuestra aldea. Perecíamos desmontadas cada viaje de los nómadas. Algunas servían para más, las de pieles de bestias, arrancadas con más fiereza de la de la pantera cuando ataca. Suertudas aquellas que pudieron ser felices con los hombres.
Algún día debieron ser felices.
Hoy, yo no sé desde hace cuánto ni hasta cuándo acabará, somos lo mismo pero más feo y sin chiste. Un simple y original círculo, un cono, se convirtió en una pequeña figura de cuatro lados reproducida a diestra y siniestra sin mediciones, sin escrúpulos. Los que nos manejaron quisieron embellecerse la vida con más complicaciones: henos en pasadizos secretos, sótanos, alacenas, escaleras, aposentos reales y calabozos; bifurcadas, descabezadas. Henos aquí siendo reconocidas por nuestra simple y menospreciada capacidad de escuchar. Las paredes oyen, dicen. Y sí, oímos. Pero a nadie le importa.
Habiendo estado por cien años o los que sean, empolvada y desempolvada, pintada y repintada, con carteles y pedazos de cinta adhesiva en la superficie y estantes y vitrinas recargadas, se aprenden ciertas cosas.
Las paredes oyen, dicen. Y sí, oímos.
Oímos cada día temprano, cuando abre la biblioteca, cada paso del triste burócrata con una televisión portátil en su escritorio. Oímos los zumbidos de las moscas y los susurros de los locos que leen caballería y finanzas. Oímos esos días de trabajos de escuela cuando los pubertos gastan tiempo en jugar a amar, y cuando lo hace uno que otro adulto fugitivo. Oímos las letanías parsimoniosas de quien no es capaz de leer en silencio y la correteada de los niños cuando la guardería estaba cerrada. Oímos los monólogos del acomodador de libros que siempre podría estar en algún lugar mejor, haciendo algo mucho mejor.
Y por ello vivimos, o algo así, como factores abióticos de este ecosistema.
Bendito aquel que no nos dejó medios y sí la eterna condena de guardarnos los secretos de esta humanidad. Bendito sea aquel al que se le ocurrió no ponernos boca y rajarnos nomás para remodelar, el que nos dejó gritar sólo nuestra miserable destrucción bajo la bola demoledora y los mazos furiosos de los obreros, por el estrello de un coche inconsciente, en el estallido de una granada de tiempos de guerra y terrorismo.
De todos modos ellos se encargan de tener sus propios líos entretenidos. En tantos problemas se meten, que algunos escriben textos sobre paredes.
Como si las paredes pudieran pensar.
Milenios, milenios con el mismo destino. Una añora esas épocas cuando se vivía con caricias por ser frágil, cuando se era tan desechable como un "¿Quieres ser mi novia?". Pero seré justa: así de frágiles las éramos que perecíamos entre las llamas de la punta de flecha en algún ataque a nuestra aldea. Perecíamos desmontadas cada viaje de los nómadas. Algunas servían para más, las de pieles de bestias, arrancadas con más fiereza de la de la pantera cuando ataca. Suertudas aquellas que pudieron ser felices con los hombres.
Algún día debieron ser felices.
Hoy, yo no sé desde hace cuánto ni hasta cuándo acabará, somos lo mismo pero más feo y sin chiste. Un simple y original círculo, un cono, se convirtió en una pequeña figura de cuatro lados reproducida a diestra y siniestra sin mediciones, sin escrúpulos. Los que nos manejaron quisieron embellecerse la vida con más complicaciones: henos en pasadizos secretos, sótanos, alacenas, escaleras, aposentos reales y calabozos; bifurcadas, descabezadas. Henos aquí siendo reconocidas por nuestra simple y menospreciada capacidad de escuchar. Las paredes oyen, dicen. Y sí, oímos. Pero a nadie le importa.
Habiendo estado por cien años o los que sean, empolvada y desempolvada, pintada y repintada, con carteles y pedazos de cinta adhesiva en la superficie y estantes y vitrinas recargadas, se aprenden ciertas cosas.
Las paredes oyen, dicen. Y sí, oímos.
Oímos cada día temprano, cuando abre la biblioteca, cada paso del triste burócrata con una televisión portátil en su escritorio. Oímos los zumbidos de las moscas y los susurros de los locos que leen caballería y finanzas. Oímos esos días de trabajos de escuela cuando los pubertos gastan tiempo en jugar a amar, y cuando lo hace uno que otro adulto fugitivo. Oímos las letanías parsimoniosas de quien no es capaz de leer en silencio y la correteada de los niños cuando la guardería estaba cerrada. Oímos los monólogos del acomodador de libros que siempre podría estar en algún lugar mejor, haciendo algo mucho mejor.
Y por ello vivimos, o algo así, como factores abióticos de este ecosistema.
Bendito aquel que no nos dejó medios y sí la eterna condena de guardarnos los secretos de esta humanidad. Bendito sea aquel al que se le ocurrió no ponernos boca y rajarnos nomás para remodelar, el que nos dejó gritar sólo nuestra miserable destrucción bajo la bola demoledora y los mazos furiosos de los obreros, por el estrello de un coche inconsciente, en el estallido de una granada de tiempos de guerra y terrorismo.
De todos modos ellos se encargan de tener sus propios líos entretenidos. En tantos problemas se meten, que algunos escriben textos sobre paredes.
Como si las paredes pudieran pensar.
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Lo primero escrito en Taller de Monografía, con el profe Nahum. No sabía sobre qué escribir y lo hice sobre lo primero que vi, mi pared de la derecha. Era un día frío (quiero pensar que lo fue) y tuve sueño en clase de mate.
De cuando el ánimo viene con todo y ambiente
Publicado por Cronopio Azul en 10:14 1 comentarios
Ciertamente el monstruo humano de seudónimo destino nos lleva a rinconcitos acogedores, inhóspitos recovecos de la memoria. Una persona cualquiera, un día cualquiera en un lugar cualquiera y en un momento cualquiera obedece los caminos que se le atraviesan, obedece los pies adiestrados, y de repente está frente a una banca solitaria en un parque (esa), bajo un árbol sin hojas (ese, sí), frente a la misma roca que pateó hace tres años intentando descubrir al mundo allá a donde llegara por el impulso violento de su pie. Un día frustrante habrá sido aquel. Aburrido quizá. La roca lo verá y reclamará la ofensa de hace tres años siendo roca, poniéndose dura, sólida y callada, siendo roca y roca y aparte, roca.
Volviendo al camino aleatorio del caminante que sí tiene destino (entiéndase como un lugar temporal al cual dirigirse), estará un día cualquiera lleno de la tranquilidad de un día frío, nublado, con amenazas de llovizna que nunca se concretan y los animales viendo un programa de variedad frente al televisor. Buscándose en el fondo de la bolsa de sabritas. Despejando x e y de la tarea de mañana. Yo que sé, enseñando rummy a quien no sabe con qué se come. Encontrará la persona cualquiera un día cualquiera en un momento cualquiera con el clima a su favor, que nada se ha ido porque nada ha sido ahuyentado por la indiferencia.
Esa otra roca estaba ahí porque quise que estuviera, ni más ni menos.
Y condenada roca, qué bien se vengó de mí por descansar mi hombro en ella.
Alma de butano y el piloto encendido
Publicado por Cronopio Azul en 18:43 2 comentarios
Hace un frío de los mil demonios.
Me es muy difícil mover las manos. Literalmente, parecen congeladas por esta onda nueva que llega como turista amateur: Aquí nunca hace tanto frío por tanto tiempo. El estar aquí tratando de escribir algo coherente es una verdadera hazaña.
Tres grados centígrados marca el termómetro en Internet. El aire se siente más abajo que eso cuando corres tratando de buscar tu humanidad. Las manos dejan poco a poco de existir, orejas, nariz, toda tu faz tras unos segundos. El abrigo se convierte en canalizador de dagas filosas, minúsculas dagas filosas que parecen atravesar la piel por cada uno de los miles de poros en ella, todas al mismo tiempo y con la misma fuerza que llega hasta los huesos, que los lastima, los manceba y te deja sin sentidos.
El cuerpo no aguanta. Los mocos y las lágrimas escapan como en una irrisoria gripa, como si de repente el frío de convirtiera en calor y tu nariz y ojos fueran de cera incrustados en una fea mueca de cartón que intenta reflejar la personalidad. La cara, pues. Te derrites por fuera y te llega al alma.
Si subir las escaleras con dificultades ambientales al lado de alguien que sostiene tu mano es una horrible odisea, correr solo a lo largo de un campo de fútbol es un suplicio, un calvario de idiotas. Correr por pereza de no hacer una llamada. Correr simplemente por correr y hacer algo nuevo, para variar un poco.
El cielo, nublado. No haría tanto frío si las nubes indecisas no hubieran crecido tanto para cerrar el paso a Ra. Uno de esos días que casi todos relacionan con la tristeza de un corazón congelado y deshecho en pedazos. Un viento débil, incipiente, que parece que espera que alguien salga para actuar, moverse y molestar como niño pequeño, el caprichoso viento que nunca da tregua parece querer hacer algo, tumbar una rama, levantar una bolsa de plástico por lo menos. No se decide a hacerlo. Espera que alguien consciente llegue para recogerla y arrebatársela de las manos. Nadie llegará. El viento no corre si no es en tu contra.
Testigos mudos, las mismas moles de roca y hierba que rodean esta ciudad. Los cerros viejos que reverdecen encuentran este día su agonía sin protección, su vulnerabilidad frente al viento que parece débil hasta que acaba erosionando cada Everest en este mundo. Los cerros viejos que reverdecen llevan canas hoy, caspa, un sombrero esponjoso que se retira dejando su blanco e ingrato regalo. Apenas se ve, pero ahí está: esa capa de nieve, hielo más bien, en cada hoja de los árboles altos. Parece una red pulverizada que cubre con más golpes de la naturaleza a esas pobres criaturas, que ni siquiera de sus habitantes se saben defender. Los cerros carcomidos por abajo, se congelan este día por arriba.
Más terrenales y enclaustrados, encontramos la actividad eterna. La carrera al precipicio continúa de todas maneras. Los que trabajan y se quejan por lo bajo en sus temblores, los que pasean por novedad, los que estudian por obligación, todos con sus poblados atuendos y el vaho de cada respiro.
Por alguna razón, realmente amo este tipo de días... Me encanta el frío. Hablando sólo en la azotea de mi casa en este frío, meciéndome en la oscuridad madrugadora de un parque solitario como nunca en este frío, corriendo estúpidamente por un estacionamiento en este frío, compartiendo un rato este frío con quienes me pueden, soy feliz. Hoy soy feliz.
Me es muy difícil mover las manos. Literalmente, parecen congeladas por esta onda nueva que llega como turista amateur: Aquí nunca hace tanto frío por tanto tiempo. El estar aquí tratando de escribir algo coherente es una verdadera hazaña.
Tres grados centígrados marca el termómetro en Internet. El aire se siente más abajo que eso cuando corres tratando de buscar tu humanidad. Las manos dejan poco a poco de existir, orejas, nariz, toda tu faz tras unos segundos. El abrigo se convierte en canalizador de dagas filosas, minúsculas dagas filosas que parecen atravesar la piel por cada uno de los miles de poros en ella, todas al mismo tiempo y con la misma fuerza que llega hasta los huesos, que los lastima, los manceba y te deja sin sentidos.
El cuerpo no aguanta. Los mocos y las lágrimas escapan como en una irrisoria gripa, como si de repente el frío de convirtiera en calor y tu nariz y ojos fueran de cera incrustados en una fea mueca de cartón que intenta reflejar la personalidad. La cara, pues. Te derrites por fuera y te llega al alma.
Si subir las escaleras con dificultades ambientales al lado de alguien que sostiene tu mano es una horrible odisea, correr solo a lo largo de un campo de fútbol es un suplicio, un calvario de idiotas. Correr por pereza de no hacer una llamada. Correr simplemente por correr y hacer algo nuevo, para variar un poco.
El cielo, nublado. No haría tanto frío si las nubes indecisas no hubieran crecido tanto para cerrar el paso a Ra. Uno de esos días que casi todos relacionan con la tristeza de un corazón congelado y deshecho en pedazos. Un viento débil, incipiente, que parece que espera que alguien salga para actuar, moverse y molestar como niño pequeño, el caprichoso viento que nunca da tregua parece querer hacer algo, tumbar una rama, levantar una bolsa de plástico por lo menos. No se decide a hacerlo. Espera que alguien consciente llegue para recogerla y arrebatársela de las manos. Nadie llegará. El viento no corre si no es en tu contra.
Testigos mudos, las mismas moles de roca y hierba que rodean esta ciudad. Los cerros viejos que reverdecen encuentran este día su agonía sin protección, su vulnerabilidad frente al viento que parece débil hasta que acaba erosionando cada Everest en este mundo. Los cerros viejos que reverdecen llevan canas hoy, caspa, un sombrero esponjoso que se retira dejando su blanco e ingrato regalo. Apenas se ve, pero ahí está: esa capa de nieve, hielo más bien, en cada hoja de los árboles altos. Parece una red pulverizada que cubre con más golpes de la naturaleza a esas pobres criaturas, que ni siquiera de sus habitantes se saben defender. Los cerros carcomidos por abajo, se congelan este día por arriba.
Más terrenales y enclaustrados, encontramos la actividad eterna. La carrera al precipicio continúa de todas maneras. Los que trabajan y se quejan por lo bajo en sus temblores, los que pasean por novedad, los que estudian por obligación, todos con sus poblados atuendos y el vaho de cada respiro.
Por alguna razón, realmente amo este tipo de días... Me encanta el frío. Hablando sólo en la azotea de mi casa en este frío, meciéndome en la oscuridad madrugadora de un parque solitario como nunca en este frío, corriendo estúpidamente por un estacionamiento en este frío, compartiendo un rato este frío con quienes me pueden, soy feliz. Hoy soy feliz.
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