Para morir mirando las estrellas

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A Jano, de mis dos caras nacientes,
más que esto brindarte no puedo,
un triste recuerdo que pareciera saliente
de mi alma, absurdo consuelo
de aquella fecha singular en mí, Jano,
de aquel trescientos, tres mil uno.


Nada puedo sino darte un balance frío,
de mi sueño desmoronado,
una imagen del futuro mío
cual rey tristemente coronado,
súbdito amoroso de mopa cual bastón,
del monarca con un trono de cartón.


Y nada puedo darte, Jano iluso,
más que más cariño por inercia,
aquel que me hizo feliz, niño curioso,
como el hombre más pobre de conciencia.


Ya en mis februas fiestas patrias,
patrias de mi país de un habitante,
país de entrañas en ruinas caídas,
fui ciego de mi propio talante.


Feliz, conmigo mismo,
vomitando el alma entera,
pagando con ansias de guerra
el amor, profundo abismo.


Ya rodeado de cariño,
consolado en mis pilares,
fui alegre, sin ti o contigo,
aún con mis peleas sin pares.


Las ansias saciadas fueron,
la guerra comenzó tarde,
golpes bajos me pudieron,
más fuertes que mis alardes.


Con tus propios, poderosos,
que me movieron cual fe a la montaña,
con tus lamentos y sollozos
que me cubrieron fielmente la espalda,
me otorgaste más droga usada,
más gotas frías de palabras desechadas.


En el aniversario de su dolor,
pudiste causar el mío,
quisiste aliviar el tuyo,
lograste fingirte amigo,
rogaste acompañar mi vida,
te dejé entrar cual intruso.


A Venus, belleza errante,
le dejo mi broma hecha,
del día del triste inocente
que se llevó a mi ser indecente.


A ti, Diosa que engaña,
con tus ropas de fiel compañera,
con mis ojos tras lagañas,
te pido una vida entera,
vida a tu lado, amiga bella,
musa indigna del poema.


Y en ti, cruel amiga,
deposito mi confianza pura,
mi confesión de ternura
a quien aceptarme no podría.


Para acabar con todo y renacer de nuevo,
borrarme de la faz del pasado,
para salir del cascarón de este singular huevo,
a construir un nuevo futuro alambrado.


Rechazo mi ser, mi amor, mi alma,
como siempre lo hice y siempre lo haré,
te di, Bona dea, no más que la frágil calma,
la ruptura de mi espacio, uno nuevo construiré.


¿Para qué? Lo mismo, aunque ser así no quiera,
para ser y gritar, amar en letras y espacios,
para vivir en paz en mi triste ceguera,
pulcras visiones, muertas en propio cadalso,
escapar deben en oscuras oraciones.


Viene el joven, a jugar con sus soles bajos,
te vas tú a pasear por los mismos atajos,
llega diversión, acción, vida mía,
viene la ciencia de saber qué hay detrás,
está aquí mi ser, a impregnarse en conciencia.


Vienen mis viajes de ida y vuelta,
aquí, allá, entre tú, él, y ellas,
viene mi tambaleante periodo de prueba,
mi ingenuo espacio bajo las estrellas.


Viene mi ida, mi despedida,
mi viaje a la vida de luego y nunca más,
llega mi retiro, mi célebre huida,
la gran franja que no cruzarás.


Convirtióse en monarca caprichoso, otro más,
llegó, quedóse doliendo en el fondo, no más.
Llegó a abrir mis  puertas, a cerrar las vuestras,
a crear más castillos desechables de madera.


Llegó pisando fuerte, dejando huella,
imborrable con viento, agua o fuego...
llegó para quedarse en manos propias y ajenas,
para salirse de las almas, faltando luego.


Para traer felicidad, victoria, hermosura,
para subir a su nube al fiel guerrero,
para dejarnos indefensos en la lucha,
enseñónos a ser fuertes, con dolor sinero,
enseñónos a ser grandes a escondidas,
humanos llorando en armadura de acero.


Arrebatado sea el trono temporal, de nuevo,
arrebatada sea la atención y el duelo,
robado sin piedad sea el día en febrero
que faltó para poder estar fugazmente contento.


Arrebatada mi vida de la tuya, musa ingrata,
adiós a fuerza a mi cariño de tus manos,
a mi vida dedicada, mi amor escarlata,
mi atención al mundo, de tormentos cansado.


Adiós, emoción reprimida, felicidad errante,
enterrada seas en invisible sepulcro,
comida en la sana indiferencia hiriente,
quemada, engullida por el propio agujero negro
en el órgano débil de color granate.


Diversión, entrando por la puerta grande
dejadme ser tu fiel anfitrión de espejismo,
estoy bien con lo que tengo, mi amiga,
estoy bien siendo falso y sincero,
ahogándome en el vaso mientras nado en mi piscina,
creyendo la belleza que no llega a mi retina.


Dejadme estar sólo y ser feliz,
descubrirme en soledad mientras no veo nada,
dejadme alimentar sin querer el pozo oscuro,
que nunca se llena, que nunca se acaba.


Dejad confesarme sin quererlo,
contar los días que ya no cuento,
dejad sentir el dolor falso,
que se va guardando el inmenso cielo.


El octavo para el diez,
en mi gran palacio de juguete
dejadme gritar a mi Luna
sin hablarle, su pequeñez.


Dejad que me vaya a mí mismo,
a tapar los desgastados hoyos viejos,
cual príncipe recién embarcado,
a colocar a los volcanes el candado
y disfrutar de mi gran, falso consuelo.


Dejadme engendrar vida,
regalar mi propia alma en fotocopia,
ser feliz al ir de compras,
por más flores marchitas, plásticas,
por más licor dulce, cruel bebida.


Ahora yo me encargo, puedo ver, imaginar,
sentir lo que no puedo ni podré,
dejadme ser feliz por quince días y lo inercial,
vivir en la desgracia que yo mismo fabriqué.


En este tiempo en que no estoy ni estarás,
cuando comienzo a darme cuenta,
y tú comienzas a llamarme,
cuando todo anuncia que se desmoronará, 
como arena en blanca espuma,
como mi castillo desechable,
cual propia ilusión de felicidad.


Continúa el mismo embrollo, sin embargo,
sigo creyendo mi cuento, 
iluso que quiere serlo, lo hago,
continúo viviendo en mi desvelo,
desangrando mis heridas,
sin sentirlas, ahí están
las ilusiones que sólo aquí se quedarán.


Y termina siendo cierto,
comienza el final y me despierto,
estando alejada ya de mí mi construcción,
estando yo aún borracho del mismo licor,
buscando que sea verdad, creyendo el sueño,
destruyendo poco a poco mi propio cuento.


De repente, no está, deja de ser tú.
Y se convierte en alguien más.
Despierto, me veo sólo,
me veo en mi propio espejo humano,
tan pulido, brillante, tan escondido...
Y me descubro llorando:
Nunca te has ido.


Como nunca me desangro,
descubro mis propias marcas,
marco mis propias huellas,
me veo en mi lado humano.


Y a ti, te observo de nuevo,
cual niño jugando a ser grande,
títere del mundo y sí mismo,
sobre todos en ti, y sobre nadie,
sin escuchar, gritando siempre lo mismo.


Las mismas frías oraciones,
las navajas siempre afiladas,
que cada vez me cortan la vida,
y de nuevo tengo, musa ingrata,
que rehacer con conciencia cada día.


De nuevo aquí estoy, pues,
decepcionando mis emociones,
razonando mis amores
que me dejan sin palabras.


Rogando por un nuevo inicio,
esperando flojo, sentado,
mientras llega el cruel suplicio
de verme de nuevo a mí mismo,
con la navaja en una mano...


Y una vida bajo mis zapatos.

Heme aquí, atrapando la niebla

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De nuevo aquí, ahora. De nuevo en este desierto paraje, en esta zona del silencio, cumbre plana en hoyo abierto, en este tiempo donde no importa el tiempo, en este lugar donde no importa el lugar, frente a esta noche oscura con una luna apagada que deslumbra absurda ingenuidad.

Aquí y a ti, Luna blanca, Luna pura inconsciente, Luna que derrite la cera de mis plumas. Te grito aquí, en este desierto incólume, en esta isla virgen rodeada de tiburones, sobre mis pies tambaleantes que se hunden en la arena. Te llamo a ti en mi soledad desesperada, a estos miles de kilómetros de distancia, te hablo, te digo, te cuento mi alma, te grito tu respuesta: eco, y nada más.

Te confieso tu pequeñez entre las estrellas, tu ridícula apariencia falsa en una Vía Láctea poblada de luz que reflejas sin sentir, tu grandeza enterrada bajo el conejo rabioso y tosco que finge ser el adorable capricho del que eres víctima. Te descubro en tu oscuridad real, te volteo, te observo como nadie  más: eres más que un adorno de la noche inmensa que ignoras, para mí eres más que una lámpara útil al atar las agujetas. Y eres más para ti, Luna humana que juega a ser Sol y Dios, Luna terca que juega a estar sobre la humanidad, plebeyo que juega a Patricio, niño que se cree su juego. Luna, te grito aunque sólo escuche el eco de mis plegarias, te hablo como a mi Dios, te pido, te trato de sentir como antes, cuando estabas, sólida y fuerte en ti misma con un dejo de humildad desechable. Te ruego que no te hundas en el infierno bajo esta tierra, porque vas allá, jugando que orbitas sin saber volar, jugando que vuelas sin poder sostenerte en pie. Luna, mis agujetas atadas no sirven para saltar a ti, cuando juegas a ser grande... demasiado alto para poder abrazarte.

Luna que no eres Luna, mi espejo no sirve si lo has de ignorar.

Cerdo en salsa de Manzana

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No se dirá mucho del singular platillo, como todos, por estar éste ya bastante hecho y deshecho, recalentado un poco y arrumbado otro tanto en la última esquina del refrigerador, detrás de la ensalada mohosa y las conservas que a nadie le gustan. Sólo se dirá que es parte de un encabezado accidental por arte de una curiosa y original serendipia. Quien no sepa la receta y la quiera saber, jódase la vida y espere a ser digno de ella. Quien ya la sepa, dése un aplauso, y de paso tome conciencia de que no le sirve para nada más de lo que me sirve a mí, ya que usted nunca en su vida hará un igual cerdo en salsa de manzana, cerdo metamorfósico bañado en especias  corrientes y purés de las más extrañas manzanas rojas. Lo mejor viene al final, eso le puedo decir. Como en cualquier receta o procedimiento, lo mejor es lo más difícil. Al final, uno sólo puede agradecer el haber soportado tan bajas temperaturas enfrente del horno.

Navidá

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Aún ayer, que sabía perfectamente que hoy sería nochebuena, no me había dado cuenta. Este diciembre fue  especial en realidad, por restarle emoción a las mismas cosas decembrinas de siempre. Hasta ahora, cada año había sentido más o menos cierto entusiasmo por la Navidad, el hecho de decorar, dar, regalar y más que  nada el hecho de ver a la mayoría de mi familia reunida, como cada año. Fuera por lo que fuere esta vez no pasó lo mismo, y no es que me sienta el avaro Scrooge para quien estos días son sólo días perdidos de trabajo... Es simplemente que la emoción por ser solidario y reconciliarme por un día con la religión y la humanidad se desvanecieron esta vez, y aunque intente descubrirlas, nomás no. Realmente hasta hoy me di cuenta, o eso quiero pensar por esa extraña sensación en la mente de no estar en un día común, aunque en realidad espero que la emoción y la solidaridad que me llegan regresen sobre la marcha.

Sin embargo, soy plenamente consciente de que se termina la asignación de este año al calendario. Un gran año, realmente. Pasaron muchas cosas en poco tiempo. A veces todo lo que no se hizo ni se pensó en seis meses explota como una supernova luminosa que te deja ver tu propio espejo, y de repente tienes que procesar tu existencia en una semana, a marchas forzadas por ti mismo, por la inercia del big bang interno que se rehúsa a crear más agujeros negros.

Lo mejor, sin duda, es el hecho de poder llevar un espejo de bolsillo en cada rincón humano de este mundo, a tomar café, patear ratones o rellenar precariamente la ventana de Johari.

Yo sé, yo sé. Debería poner en orden mis pensamientos antes de escribir. Pero vamos, ¡es nochebuena!

Gaia

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COPENHAGEN 2009

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Humanidad

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Confianza en un destino mal dibujado

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Me queda claro. Uno llega al mundo arrancado de una paz completamente indiferente para encontrarse con todo tipo de cosas: desde un grandullón blanqueado que pretende hacerle al rey de la empatía y decir cómo uno está y se siente -sin darse cuenta del llanto por el dolor que representa venir a esta vida-, hasta toda una serie de estereotipos que no son para creerse, historias tontas, cuentos de terror y experiencias que lo superan todo. Me queda claro, uno llega a este divino pozo de conocimientos o reminiscencias, a este mundo de lirios y agua fría, para sentir y vivir todo tipo de escenas con todos, con todo...


Frío... hace frío aquí. Hay luz. Luz fría, voces extrañas, ya no suaves, gritos, llanto, agarrones... ajetreo, el mundo. ¿Esto es el mundo?
Calor... calor suave, este calor foráneo, esta brisa quieta, este susurro, estas delicadas manos... esa boca muda, esos ojos brillantes, esa lágrima... Me gusta... me gusta el mundo. 


Así que uno vive, bendecido en tierra fértil, uno se va por los senderos que se dicta o que le dictan para tarde o temprano sentir el viento en la cara (en bicicleta, coche o caballo; o el de la fortuna en globo), el agua en la piel tras un caluroso día, un chocolate caliente, unas caricias en la nuca, un roce de labios en las mejillas, un abrazo fuerte, la lluvia en la espalda, la tierra en los pies, un mundo debajo de ellos, en las propias manos. 


Es la amarga sensación que le da nombre a tu vida: sentir la gelidez perpetua que termina hundida entre el calor de dentro, o si tienes suerte y capacidad de amar, entre el calor de dentro de un espejo humano...


Y uno continúa al precipicio, tropezando con las sarsas, con los demonios del amor y la confianza en la humanidad. Al calvario de rosales espinosos, de majestuosos y mortales dragones, a los rasguños de la fraternidad que se acaba jodiendo en la ambición, a la solidaridad oportunista, al consumir ridículo de objetos y emociones. Uno continúa subiendo las escaleras hacia el piso siguiente de la azotea, con el mundo en los hombros y las manos vacías. 


Y ahí está su felicidad: en ignorar al mundo y ponerlo en pintura bajo destino dibujado, en su meta y origen, en su ser. Ahí estriba su existencia, en la vida de saber que es más que una cifra o una oveja inconsciente, a pesar de no ser más que una cifra, abono, una simple oveja inconsciente.


Me queda claro. Uno llega para ver todo... Incluso la oscuridad más densa que una niela londinense.


Pero, con un demonio, ¿Qué rayos debe hacer uno para tener claro lo que ve?¿Qué rayos tengo que hacer para saber qué quiero?

Ojos que no ven, corazón que no siente

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"Monterrey es la segunda ciudad más segura de América Latina"...


Y ¡zas! Pareciera que fue el gatillo que detonó la ola de violencia... una ola que más bien es subida de marea: Una ola que nunca nos dejó, ni para extrañarla por una semana, como la vieja amiga de la cotidianidad a la que peligrosamente nos debemos. 


Es el precio que se paga por declarar el oasis a un año de imprimir la arena en dos millones de kilómetros cuadrados de desierto: desierto de guerra, desierto yermo. Más aún, desierto del que todos beben sin saber, sin ver el calor... sudando en la triste ignorancia del miedo. 

Ya van tres años. Van tres años desde que el Estado Mexicano, al mando de Felipe Calderón, se abalanzaba a una Guerra aplazada que no parece vislumbrar fin. Tres años desde aquel 11 de diciembre en que México decidía llevarse al precipicio la vida: Ya era hora. Tres largos años de muertes a gotas que se convirtieron en genocidios a torrentes, en cortinas de humo diarias, en finales de fútbol y pases al mundial al mismo tiempo que las balaceras, al mismo tiempo que los estallidos de la guerra. Ya van tres años, miles de muertos, desaparecidos, miles de supresiones humanas cual aplastadas por el dedo de Dios... miles de coincidencias, de balas perdidas, miles de hijos y padres, miles de fuegos cruzados, miles de cristales rotos y caravanas camufladas en las calles, peléandose a piedras encendidas con los mismos encapuchados, asesinos, los mismos malos de siempre.

Los saldos hasta este día no son alentadores, ni los hechos. El estado Mexicano, oficialmente apoyado por su vecino norteño, Estados Unidos, no ve fecha ni batalla clave: Los únicos resultados han sido un aumento en el consumo de drogas y más de 10,000 muertes que aumentan diaria y exponencialmente en los dos millones de kilómetros cuadrados que forman el campo de batalla. Uno de cada diez es un empleado del gobierno. El segundo, es un civil. Los demás, narcotraficantes, sicarios, delincuentes de cualquier rubro. Por lo menos eso le consta a la PGR. Los datos son alarmantes, como cualquier conjunto de datos relacionado con este País. Pero no tanto como el hecho de que esos muertos son noticia diaria, de que esos muertos en balaceras aquí o allá, en Durango, Laredo o Juárez, afuera de nuestra casa, son el pan de cada día, pero el pan desechado. Los noticieros hablan: hablan de hechos y acciones, de reconstrucciones de escenas y de quién va a pagar los daños...

Pero no mucho: hay que dejarle espacio al tipo del popurrí para que nos cuente qué hizo con el copyright de las canciones, o... Dios, ¡sorpresa! Nuestro Rodrigo GoGo abre a TV abierta el partido de la final, Cruz Azul VS Monterrey. ¿Qué pasa si le preguntamos al señor Medina sobre las acciones planeadas para la seguridad? ¿Qué pasa si preguntamos sobre sus reacciones frente a los enfrentamientos armados de cada semana? Nada. No pasa nada, por que aquí no hay nadie que pregunte. Es que... ¿Para qué agobiar más con ese tema? Le dimos los diez minutos de rigor, la madre de la mocosa está muerta y la niña hospitalizada, se paga lo que se tenga que pagar y ya, ¿entendido?

Más que la gran ola de violencia que agobia (entenderse: aterroriza, paraliza, quiebra) a los mexicanos, lo preocupante es que la ola ni es una ola, ni nadie parece darse suficiente cuenta para alertar y poner la bandera roja de marea alta. Lo preocupante no son los enfrentamientos, los balazos, los muertos... Lo preocupante es la sutileza con que se maneja todo en esta tierra bendecida pos Dios: ¡Inauguramos el Mundial!, la noticia con que abre el noticiero nacional más local y chilango que nada; ¡Pasamos a la final!, la noticia más conocida y alardeada que opaca a los doce muertos al sur de la ciudad. Lo preocupante no es ver tanta violencia: Es NO ver tanta violencia. Lo preocupante es que la guerra congela, descompone, desahucia, asesina, vuelve loco al beligerante cualquiera. Y más aún, lo preocupante es tanta preocupación, y nada, nada de acción, nada de voz, nada de alarma ni manifestación: Nada. A pesar de que México es un país con una libertad consignada en una constitución, joven en sus mejores tiempos, esta misma libertad está simplemente a modo de adorno con los bellos números ordinales 6 y 7. Libertad, a doscientos años, es una cosa de anuncio y propaganda, perdida entre las luchas de los diputados por lograr una cadena perpetua que sepa a qué chivo expiatorio se aplicará.

No es sólo una ilusión: Reporteros sin fronteras encuentra aquí su límite, en una nación donde la burocracia, la corrupción, la guerra y sus ingobernables efectos la colocan en el lugar 138 en el listado de países por libertad de prensa. Sólo Cuba nos gana en ese aspecto si hablamos de América, y no se ve lejana la fecha en que quedemos en el honroso primer lugar por voces calladas a amenazas, sobornos, extorsiones y balazos... Por gritos de angustia, de desesperación, por llamadas de acción inteligente y audaz hacia los mismos oídos sordos que arreglan las cosas a balazos.

¿Qué pasa con esta muestra de humanidad? Nos está llegando la guerra que ya no se puede callar, por más cortinas y coincidencias: Cual niebla densa que nos despierta a golpes fríos, la guerra se mete a luchar de lleno no sólo teniendo dos millones de kilómetros cuadrados de campo de batalla, sino a cien millones de beligerantes, aunque sea pasivos, aunque sean sólo para engrosar las filas en el otro mundo. Nos está llegando tarde el aviso de tragedia: Ya no podemos evitar vivir sin vida este ambiente con olor a pólvora. Y aún seguimos, por que si hablamos susurramos, y esos susurros son callados así, fácil y fugazmente, con la misma arma eficaz del miedo y la desesperación por sobrevivir. O nos callamos, o nos morimos aquí mismo. Nos queda sólo rezar silenciosamente por la paz, mientras nos ahogamos en las penas de las mismas telenovelas de siempre y nos reconfortamos con las compras de navidad. Eso sí, si es que nos atrevemos a salir a la calle: No sea que seamos nosotros el próximo blanco aleatorio de otra bala perdida.-

Inconstancia

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Unos días para navidad. Venga, money, money. Venga.

Los últimos años había sido siempre más o menos consciente de lo que la navidad representa para el mundo. Pero este año, por alguna razón, los fantasmas de Scrooge no me van ni me vienen. Es sólo que tras haber recibido tantos golpes de la historia de las cosas, del mundo capitalista, de la mercadotecnia de una avenida transitada en medio de la ciudad por la cual voy, tratando de observar más de lo que veo, me lleva a un punto en el que nunca he estado. Mirar tras Bolo y descubrir al "malvado gorila" que quiere destruir la navidad, mirar tras los objetos de las vitrinas y los aparadores para descubrir los cientos de lugares de donde vinieron , los cientos de personas que trabajaron por ellos, los cientos de vidas perdidas por ellos... Es diferente. Es la maldición de la conciencia, demasiada conciencia para ser feliz. Bipolaridad, bipolaridad de ser ciego y luego ver a ratos todo, todo de golpe, todo seco, todo frío, todo muerto,todo asesino, todo amoroso asesino. No puedo, hoy es diferente. No hay nada ni nadie: motivos, los diarios; motivos, seguir viviendo para compartir el día. Motivos, seguir hasta el precipicio, al mismo que todos. Y así se ve desde el cristal claro, desde la montaña solitaria, desde la cumbre, cumbre filosa y yerma: Motivos, ninguno. El hombre ha creado a Dios y lo sigue matando diario, diario, diario.

Faltan pocos días para navidad, año nuevo, vacaciones. Veo un descanso, una limpieza de invierno, una fría época de felicidad natural, de la tregua del norte con mis gustos y deseos. ¿Debería ver lo que todos? Pero no puedo, hoy no. No hay nada... ¿Jesús? No hay nada. Money, money. ¿Humanidad unida? Tan unida como siempre, tan unida para no soportarse. No hay nada, no veo nada, nada... y allá vamos, a la misma nada de la que venimos. A nuestro génesis perpetuo de nada, nada tras nuestro gran todo. ¡No veo nada! ¿Qué me pasa? ¿Debería ver lo que los demás fingen? ¿Debería fingir que los demás no fingen?

Amor... parece tanto cuando se ve desde este punto, en que no está, en que no se sabe, en que no se quiere ni querer... Amor, ¿cuándo nos dejaste solos? O dónde rayos estás, cómo rayos eres, qué rayos eres para ser una ilusión tan real, para parecer inexistente en tu realidad...

¿A quién le hablo? ¿Dónde estoy sino es en una cumbre sin ti, sin segunda persona, sin nada más que una conciencia que no me deja ser feliz? ¿A dónde voy sin la meta de completar una miserable crítica del capitalismo voraz de finales de diciembre?

¿A dónde voy con esta bipolaridad que no me deja más que deseos de abrazarte y sentir que existes, que eres mi mundo... Que me gusta el frío por que me recuerda que tengo tu calor? ¿A dónde voy si te vas de aquí, sin dejarme tu calor?

¿A dónde voy sin saber hacia qué sur ir?

Navidad, hoy o mañana. No son nada, no veo nada.

Son simples días... otros días más sin ti.

[Inserte frase de final de periodo gubernamental aquí]

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"Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado"
Bien lo decía el coronel Aureliano, o Gabo Márquez si al autor observan. Algo que se haga llamar ser humano entenderá en algún momento de su fugaz existencia el único hecho que la precede: La conciencia de sí misma. Aunque por más que uno piense en el poder de la voluntad y el libre albedrío, en el hoy voy por aquí por que se ve bonito el camino, ese uno mismo no puede evitar pensar a veces que el destino, la suerte o Dios mismo tengan predilección por el ser que transita el camino bacheado y le den de repente una vereda tranquila, sublime y fatua, rodeada de árboles y niebla dulce, de verde frescor tras un ardiente pavimento rayado de blanco, con manchas de aceite, con manchas de humano y de sociedad. Pues bien, quien sea podrá llamarlo -o no llamarlo- como se le dé la gana. Quizá una perfecta paradoja de que le caigo bien al azar. El caso es que la fugaz existencia que parece más larga entre más corta le da a uno armas para sortear la desesperación de vivir todos los días, las veinticuatro horas, por lo menos si de respirar hablamos -aunque nunca hablemos de eso-. Así que, en este punto y a estas alturas de un partido que comienza, no me arrepiento de nada: a la de Neruda, confieso que he sido, pensado y existido... ¿vivido? Quizá, pero aún me falta mucho. 
Simplemente digo que no temo hoy a ninguna navaja esperándome en mi alcoba, o a un día dejar de ser yo para darle paso a la inercia de la vida: No temo porque me basta un café con mucha crema en una ocasión, un pan de chocolate en otra, un abrazo fuerte la mayoría, para no arrepentirme de vivir y aprovechar esta agonía para ser feliz, y nada más, por lo menos en el momento. 

De cualquier manera, no escribiré mucho para decir en un texto dulcemente comprometido, que las coincidencias en la repartición de grupos propedéuticos, antes de este duro semestre, me llevaron a estar un día enfrente de MdeP Jolie que es mejor conocida como Ale Leal, y a quien dedico un post o declaración de felicidad momentánea, por ser lo menos que puedo otorgar en la fecha de su cumpleaños. 

¡Felicidades! (Y de nuevo, nótese mi efusividad como es cuando no debería ser).

Sueños de la humanidad

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Como todas, era una persona común. Tan común que se levantaba cada mañana para lavarse la cara y maldecir otro día de clases, partir a la escuela tras las súplicas de su madre porque comiera un poco más y los mismos apuros de ella (ojalá que algún día se pusiera de acuerdo en ese sentido), llegar apenas con tiempo para darse cuenta de que había olvidado la tarea, y regresar a su casa por el modelo del sistema solar que cada año, por tradición acaso, le pedían. Era ella tan común como para salir corriendo, como todos, al descanso escolar y comprar una bolsa de frituras condimentadas en el mismo puesto precario del centro del patio, comérselas rápido y jugar con sus amigas a imaginar que era mayor de lo que era, y que pronto adelantaría a la vida que parecía ir demasiado lento a veces.
Era tan común para no darse cuenta de que era feliz, como todos, y tan común para no darse cuenta de que un día cualquiera, como por arte de magia, llegaría a ser tan común para descubrir que no era tan común y descubrir que era infeliz, como todos. Era tan común como para que un día cualquiera se diera cuenta de que no había ser más atormentado que ella, ni humano más desgraciado, ni persona capaz de soportar sus penas. Era tan común para descubrir un día cualquiera que debía planear su futuro aunque nunca fuera a llegar, porque lo que nunca llega tarde o temprano llegaría. Era tan común  para saber que había vivido sin vivir cuando descubriera que amaba y debía amarrarse, como todos, a algún compañero para construir en equipo una vida completa. Era tan común para descubrir el valor de la vida y su deseo de otorgarla, de ejercer su papel y dejar en el mundo una huella plausible del fruto del amor y la necesidad de ser común. Era tan común para crecer y seguir creciendo con sus amigos de las reuniones ocasionales y de padres de familia, aún en los viajes al supermercado y el pago de impuestos. Era tan común como para seguir creciendo junto a sus obras y dejarlas libres un día que ellas decidieron, inevitablemente, abandonarla. Era ella tan común para pensar a veces que nada tenía sentido ni motivo, y a veces que con un segundo de vida hubiera sido suficiente para darse por satisfecha, y tan común para que regularmente sintiera el dolor de perder un trozo de alma enterrado bajo losas, tan común para temer, como todos, cuando fuera su alma entera la que estuviera presa y fría. Era tan común para un día quedarse sola de nuevo, vivir de nuevo en sus trazas de memoria y nacer de nuevo un par de veces tras borrar su mente de sí misma. Era ella tan común para confesar al espejo que no pedía nada más, ni mucho menos, que un segundo más de tiempo para dar gracias a quien fuera por la vida ya vivida mientras exhalaba, feliz como nadie, su último aliento...

Amanda despertó tarde, como siempre. Era casi hora de partir a la escuela.

Quiero escribir

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Quiero imaginar que mi vida comienza en mi alegre funeral.
Con rosas verdes, fugaces, ya marchitas. Rosas verdes y moradas. Rosas nunca rosas.

Quiero vivir, entonces, realmente. Como un sueño, de una noche, el que ya no se recuerda.
Sin el dolor de conocer lo que se hubo perdido. Quiero vivir, entonces así. Quiero vivir.



Quiero nacer, existir antes de ello y después. Caer hacia mi destino forjado en el segundo mismo
en que dije que quería destino. Quiero querer, quiero querer.

Quiero completar mis tristezas de costumbre y mis reflexiones audaces, pasivas,
con las caricias tras la normalidad, banalidad. Quiero ser querido, quiero ser querido.

Quiero ser tú, que eres yo mismo, ver mis ojos y estar en mí. Quiero ser. Quiero ser yo.

Quiero ser fiel, un oasis en mi vida deshonesta. Quiero serme fiel y engañarme de una vez.
Quiero ser fiel, no es difícil porque quiero. Quiero ser fiel.

Quiero escribir. Pensar, crear, sentir. Quiero existir. Quiero vivir.
Vivirme, sentirme, crearme, pensarme. Quiero escribir. Quiero escribir.

Escribir, ¿Qué?
Escribirme, así.

-Increíblemente breve.

RT - Fragmentos

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"Gotas de alma que me abandonan,
caricias que recorren mi faz,
no me dejen aquí, solo,
con esta pena incapaz..."

"Aquí, el templo a mí mismo,
santuario de única fe,
vorágine de seres y sentires:
El oscuro pozo que imaginé."


"Ya allá, belleza tardía,
tras las ventanas del firme cristal,
déjame salir, mi ser, mi vida,
que de herirte no soy capaz."

"Caminando en pasos muertos,
sobre el siguiente año y escalón;
regresando al mismo infierno
que de mi alma he hecho yo..."


"Verde mar, como los trazos
de las cuatrocientas voces al mundo;
suave amor, con tinta verde,
de torrente en un susurro."

"Mi ser, fúndete aquí, que me he cansado de esperar;
en el tiempo propio, nuestro, el del mundo fugaz.
Mi alma, con parsimonia llegaste a encajar:
es ahora tiempo de comenzar el andar."


"No miento, no deseo mentirme:
la realidad puede serlo ahora,
por un cambio de cristales, de ideas simples,
acordes a este rincón, acordes a esta hora."

"Me cuesta, porque no quiero
dejar escapar mi duelo:
duelo al duelo que ya ha muerto
y que ahora habrá que dejar en entierro."


-Fragmentos fugaces. No buenos, no malos. Simplemente ideas, hipócritas o verdaderas, las que pudieron por sí mismas desencadenar una nueva batalla de mis versos contra mí; o que simplemente nacieron para perecer.

Fragmentos, simplemente. Más fragmentos de mi alma sin dueño, pero con ganas de amar.-

Bendita y eterna felicidad

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18 de octubre, desde hace unos minutos. Llueve un poco... me encanta oírlo, las gotas al fundirse y descomponerse en su fiesta acostumbrada, el jugueteo del agua viajera, del agua incansable... me encanta sentir el clima fresco, temblar al salir de este claustro personal y al abrir la ventana, sentir las escasas pero maravillosas ráfagas que me congelan la garganta, las que me recuerdan que sigo vivo. Me encanta tener un motivo, después de cerrar contacto con este ambiente, para estar hecho bola en la esquina de la cama leyendo a Gabo, para estar emulando mi estado prenatal mientras escucho la música suave, el réquiem, las sinfonías únicas en su inmensa temática mental. Me encanta poder imaginar que soy feliz, porque así dejo de imaginarlo y comienzo a serlo, momentos como nunca... se repiten cada día, supongo, pero han sido manchados, como todo, con la cotidianeidad y el cansancio.
Me encanta esto, haber hecho lo que debía en un momento bien apropiado, haber hecho mi tarea de mate... me encanta. Quizá mañana no, pero en este momento no puedo pedir nada. Alrededor de mí el mundo parece bastante sedado como para poder disfrutar yo de mis propios manjares y placebos, de mis propias utopías que no lo parecen, y que no lo son porque existen en estos momentos y se convierten en los recuerdos más felices de mi vida, que desaparecerán más temprano que tarde por no tener nada de especial. Me encanta sentir adolorida mi espalda y saber que caminé mucho el día anterior, me encanta saber que compré un nuevo libro, me encanta simplemente saborear de nuevo una malteada de mango en mi mejilla, con el corazón, y sentirme querido y, de alguna manera, encajado en un mundo donde me gusta mucho encajar.

Simplemente, hoy me encanta estar vivo, ser humano... y poderme encantar de tanta trivialidad.

¿Qué debo creer?

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-Sophie, ¿qué tal?
-Como siempre. Como tú. Consternada, confundida. Ha de ser siempre así.
-Al parecer. ¿Como te sientes?
-Como quieres, así me siento. Bien con el mundo. La vida divierte. Pero a veces es tan... ¿seca? Cuando quieres tomar litros y litros de agua, y sólo te cargas de litros y litros de licor, te envicias, te adormecen las ilusiones sintetizadas en esta fría industria. Así me siento, bebí tanto anoche que no sé quién soy ahora.
-¿Qué debo creer?
-Cree esto. Sé nihilista, quizá esta vez deba ser así. La curiosidad mata, derrumba, detiene la fábrica y el tiempo con ella, te sume en una maquillada desesperación mientras mandas traer los pedidos de recuerdos futuros. Quizá debas hacerlo a conciencia: detén todo de una vez y deja que los pensamientos se construyan a sí mismos, deja que se queden aquí, donde son cálidos, donde queman y ahogan en el fulgor maníaco. Deja que se condensen aquí, dentro, que se solidifiquen y se destruyan, que se incendien, que tengan sus momentos orgiásticos, que se maten entre ellos... pero déjalos dentro. Las mismas máscaras confusas, estas máscaras, con las mismas canciones de desprecio y amor, esas solitarias odas a ti mismo, esas pueden ir a dar a donde sea, esas botellas con mensajes esperantos dentro.
-Pero tú sabes que no funciona, tú perfectamente eres quien sabe, Sophie. Recuerda todas las veces que te he encarcelado, que te he callado, recuerda las veces en que has tomado el papel de verduga. ¡Recuerda, con un demonio! ¿Te gusta estar plasmada en letras incomprensibles? ¿Te gusta estar encerrada y salir en torrente frente al espejo? Por favor, una vez lo detenga, serás la primera que me diga que no debo, que estoy mal. Serás la primera en hecharlo a andar. Quizá te emborrachaste en lirios oscuros anoche, Sophie... fue lo más fantástico que pudiste hacer. Te callé, nos callamos, para oirnos gritar. ¿Qué debes creer? ¿Qué debo creer? No lo sé, Sophie... pero lo que sea, no me negarás que fue lindo pensar en el futuro patético de una soledad acompañada.
-Fue lindo...
-Así fue. Podría serlo...
-Pero sabes que no. Sabes que cosas así no pasan en serio. Lo sabes, yo lo sé y por tanto tú. Recuerda ahora tú. Recuerda esos días de diciembre. Recuerda marzo. Recuerda esos días de los que perdiste la cuenta, recuerda lo importantes que pudieron ser antes. Recuerda ahora tú, y dime si no es peligroso para ambos dejar fluir la autocompasión y la sinceridad. Recuerda ahora tú esas desgracias desleales, esos golpes de los que no te diste cuenta. Tú sabes bien que no puede pasar de nuevo. Tú sabes bien que no debes tomar el otro papel.
-¡No quiero hacerlo! No sé qué creer, simplemente...
-Eres un cobarde, tú no tienes el valor de creer lo que debes creer.
-Podría serlo...
-Tú eres quien tiene que derribar las paredes del castillo antes de que se eleve.
-Quizá no quiera...
-Te dolerá más que alguien más lo derrumbe.
-No puedo...
-Tú sólo puedes hacer lo que quieres. Date gusto, idiota. Abraza. Pregona tu duda. Derrúmbate. Todo será una simple anécdota.
-Con todo lo que podría ocurrir...
-No ocurrirá nada.
-¡Sabes que podría! ¡Tú escuchaste, tú comprendes!
-¡Escucha, quítame este velo y déjame hablar! Nada ocurrirá, por Dios, nada...
-Fue lindo imaginarlo...
-Siempre será lindo, Rode. Pero nunca existente. Así son estas cosas, cuando se asoman las imposibilidades son tremendamente efímeras. Recuerda ese Neruda que parece no tener por qué admirarse: Es tan corto el amor, y tan largo el olvido...
-Tan largo...
-Será mejor que lo olvides, mañana mismo.
-Como todos los días.
-Te acompañaré.
-Nunca lo has hecho.
-Es más fácil si lo crees.
-Aún no sé qué creer.
-Créete loco. No te pido nada ahora...
-Supongo que no debo trabajar en ello.

Con el impulso de tus letras mal ubicadas

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Hace unos momentos -que representan unas horas-, por azares del destino me encontré con mis archivos del historial del msn. Comencé a curiosear en ellos, así como se hojea un libro viejo, para darme cuenta de que aun tengo los del año pasado. Mis historiales están intactos desde octubre del 2008.

La mayoría no son de mucho peso. Unas cuantas veces que los contactos preguntan por compromiso sobre cómo te sientes -aunque la respuesta, por compromiso, sea siempre evasiva y falseada-, otras cuantas que ya no recuerdan ni quién eres ni por qué estás ahí y te hablan sólo para preguntar por tu nombre y sobre lo que has hecho los últimos meses de verano.

No tuve interés en tocar esos archivos, esas páginas blancas que sólo ocupan espacio, así como muchas cosas en la vida... Cosas que la llenan de basura sin importancia. Me centré en buscar, al principio inconscientemente, el más antiguo de mis desvaríos amorosos. El testimonio binario que contiene las letras más sensibles y tiernas que pudiera exhalar, aquellos meses otoñales del pasado año. Confusiones, muchas confusiones. Dolores y llanto, malentendidos, odios que entierran amor y cursilerías que opacan la verdadera emoción algunas veces. La pequeña telenovela de esos meses finales del año pasado... con sus villanos fríos y malévolos que resultan ser unos incomprendidos, con su protagonista tonto y supuestamente bondadoso que al final es tan humano como el más ruin de los bandidos. La pequeña telenovela que pasa de una doncella a otra, que desecha los sentimientos tan rápido como les da más importancia de la necesaria.

No es que el final del año pasado fuera excepcional, aunque de verdad lo fue, porque de alguna manera lo que haya ocurrido antes no tiene mucha relevancia. Quizá, demostrando mi dependencia hacia este monitor, sea en realidad que simplemente no tengo con qué recordar los meses anteriores... Pero sé que puedo recordarlos, y sé, por eso mismo, que no hay mucho que decir sobre ellos. Comenzar tercero fue tremendamente excepcional en mi vida. Y sin embargo, me sorprendo de lo excepcionales aún más que fueron algunos otros eventos, no fuera, no para o por mí. Dentro de mí. Sea porque ya eran demasiados meses sin tocar algo parecido a un dulce golpe, a una amarga caricia. Sea porque ya eran demasiados meses, creo yo, sin nadie para amar en especial. Sin nadie ni nada en que fijarte para trazar tu meta y tu destino hacia ahí. Sin nadie que te hiciera probar el amargo sabor de un excelente café de vida. Había alejado a los pocos que lo hacían, con sabor a chocolate.

Aquellos meses son lejanos, pero los recuerdo tan vívidamente que me sorprendo por no tenerlos presentes cada día que me levanto. Recuerdos de los conflictos tácitos, aquellas veces en que las personas por mí más queridas hicieron incubar en mí un sentimiento de inferioridad e idiotez, una autocompasión asquerosa. Recuerdos de aquellas veces en que rogaba por un simple "hola", para que estuviera en línea. Para que pudiera hablar con mi musa una vez más, e inspirar de nuevo este efímero arte de vivir. Recuerdos de decepciones y confesiones, recuerdos de conversaciones únicas, de conversaciones que definieron gran parte de lo que soy y de mi razón de ser. Hace tiempo pasaba mucho tiempo en la computadora, escribiendo bien, aún cuando sus letras sin noción alguna de ortografía o gramática -aquellas estupideces que proveen de belleza al artificio más natural- me regalaban la indiscutible indiferencia, la poca comprensión, la nula empatía que existió entre nosotros.

Y sin embargo, ahí están mis más grandes verdades de aquella época. Ahí están abiertamente confesas las cuestiones que me quitaban el sueño, siempre. Ahí están las invitaciones casi siempre aceptadas de abrir mi mente, mi alma, aún cuando sabía que nadie, ni siquiera yo mismo a veces, comprendía lo que decía. Ahí están las escasas palabras que me levantaron la moral un par de horas, las frías oraciones que me destruyeron por días. Las de todos, que son unos cuantos. Los testimonios que me gritan a la cara, sin piedad ni consideración, que no puedo escapar de mí mismo, que no puedo escapar de lo que soy, por más que me engañe o me quiera cerrar hasta implotar. Los testimonios que me gritan, sin piedad, desde dentro, que soy tan repulsivo como cualquier ser humano, que de esos seres repulsivos estoy rodeado... Y que a pesar de todo, no puedo evitar, nunca, ver esa belleza sobrealiente entre la repulsividad. La belleza de la hipocresía, del cinismo, del amor. La belleza de un corazón que se cree ingenuo hasta condenarse a sí mismo al sulfuroso abismo del infernal sentimiento. La belleza de un alma capaz de crearse a sí misma... y aprender el hermoso arte de vivir.

¡No se olvida!

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41 años.

Esta mañana fue elegida la nueva sede de los Juegos Olímpicos: Río de Janeiro.

Hace 41 años, estos mismos juegos, los Juegos Olímpicos del Black Power, de la Paz, de México 1968, estaban a 10 días de comenzar. ¿Y qué país iba a reibir al mundo entero? Un país con manifestaciones diarias, con escuelas y universidades ocupadas por el ejército, con las calles taponadas por estudiantes y el pueblo alborotado y desobediente.

Casi tres meses llevaba esto.

Desde aquella pelea entre preparatorianos que se convirtió en una represión al estilo del porfiriato, con la fuerza y las armas por delante, la crisis comenzó. Una crisis que dejaba ver que las cosas no eran perfectas en un país que debía serlo, que iba a ser el centro del mundo en menos de unos meses, ese mismo año. 1968, el desgarre de la pirámide.

Tanques afuera de las aulas. Armas en lugar de mochilas. La insignia del partido comunista y el rumor sustentado por la prensa, de los boicots externos, de los terroristas, de los salvajes estudiantes universitarios. Ya era demasiado, y nada debía poner en peligro la calidad de la próxima fiesta mundial. Nada. Unos malditos hijos de la chingada, con sus ideales estúpidos y camisas rojinegras no lo iban a impedir. O por lo menos así pensaron El Señor Presidente en turno, Gustavo Díaz Ordaz, el sucesor de la corona implícita de López Mateos, y sus respectivos subordinados.

Así que no lo impidieron.

El día crucial: 2 de octubre de 1968.

El lugar: La Plaza de Tlatelolco, de las Tres Culturas. El ombligo del ombligo.

Los hechos: México se apuñalaba el corazón. Más de 200 personas, entre estudiantes, hombres y mujeres, ancianos y niños, trabajadores, seres humanos, perecieron en momentos, alcanzados por la ráfaga de balas provenientes de arriba, de atrás, de un lado y de otro, de enfrente. Eran casi las siete de la noche, los discursos desde el piso tercero del edificio Chihuahua estaban por terminar. El cielo se tiño de rojo...

Y unos momentos después, toda la plaza lo hizo. Un helicóptero dio la señal a aquellos apostados en los pisos del Chihuahua, los del guante blanco, los francotiradores del Batallón Olimpia. Dispararon ellos. Disparó la policía. Disparó el ejército. Anuncios de provocación y resistencia: "No se muevan, gente, es sólo una provocación"...

Pero no lo era. Los tanques y patrullas rodeaban la plaza, más allá de las armas que escupían sin medición ni puntería, sin escrúpulos, a todo aquello que se moviera. No importaba que fuera estudiante o trabajador, que tuviera un libro o una muñeca en la mano: Nadie debía salir de ahí, nadie. Ahora sí se los llevaba la chingada a esos pendejos que tanta Revolución querían. Ahora sí, aquí estaba lo que se habían buscado. Con el gobierno no se juega. Con un gobierno muerto de miedo, nunca se juega.

Aquella noche en Tlatelolco, México se partió de nuevo. Las décadas de estabilidad parecían estar en juego esos días... Y el gobierno, y México, no podía hacer nada más que lo que la lógica temerosa le dictaba. Los jóvenes soñaban. Los viejos, les daban sus nalgadas. Era hora de la realidad. En este país, no se sueña.

No puedo hacer nada más que lo que me dictan mis manos inconscientes del mandato de la conciencia. A 41 años, nadie, nadie se acuerda. Si bien es cierto que no se olvida, nadie se acuerda. Pareciera un año perdido... aunque fue 1968 el año más importante del México moderno, del mundo moderno. Pareciera un lugar desierto, con unos restaurantes en la Planta baja del Chihuahua y visitantes a las ruinas del Templo Mayor... Pero es la pila bautismal de México. Ahí está el acta. Ahí está nuestra raíz. Nuestro nacimiento, nuestro corazón y nuestra alma. En ese Centro Universitario y ese memorial, en esas palabras de Rosario Castellanos, en esa plaza con astas vacías y ruinas tiradas en verde pasto, en esa iglesia sincrética y esos restos del edificio de Relaciones Exteriores...

Y ahí están, sin embargo, esos murales pequeños de vivos colores, escondidos entre las copas de algunos árboles, todos con la misma leyenda pintada en letras negras hechas a mano:

2 de octubre de 1968.
¡No se olvida!

...

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.

Más que aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
Hasta que la justicia se siente entre nosotros.

Rosario Castellanos

Unas eternidades más

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¿Cuantos días van?
No he contado desde los cuarenta.
¿Cuantos serán?
La vida, ella ya lo sabrá.

He luchado y soñado, he vivido, he despertado y me he echado a dormir, he cerrado los ojos al mundo y me he arrancado los párpados de golpe, como nunca y siempre, tantas veces como mi ser mismo me lo dejó hacer. He seguido siento tan común como mí mismo y tan singular como cualquier humano. He continuado mis respiraciones sin suspirar, mis pasos sin desvío hacia la misma nada de la que vengo en donde quiero sembrar mi árbol, el retoño que tengo cuando no estás, el sueño que poseo, el que distrae a mi naturaleza de múltiples y condenadas figuras de ajedrez.

¿Cuanto más será? Sé que algún día mi camino se desviará por un efímero momento para encontrarse con el tuyo. Me lo digo, es posible, quizá sea al bajar estas escaleras, que te vea y desvíe la mirada para volver a posarla en ti, a atravesarte con ella y tratar de descubrir lo que nunca vi. A tratar de observarte, para ver que existes, que eres real, que fuiste y sigues siendo... Que sigues caminando, soñando, luchando por tu sueño en turno, rindiéndote ante la felicidad, ante el paso adelante, rindiéndote a la vida... Viendo como sonríes mientras muestras la misma espalda que siempre me diste.

Algún día será. Pupila frente a pupila te diré lo que he callado tanto tiempo a pesar de habértelo gritado siempre... pupila a pupila te besaré como siempre temí hacerlo, besaré con la mirada, poseeré tu minúsculo momento de atención que hará valer las indiferencias absurdas que tanto me dolieron... Que en otros momentos hicieron secarse estas mismas pupilas, después de amargos tres minutos. Después de hondas observaciones al interior del alma. Al interior de mis deseos. Al interior de mí mismo.

Pupila a pupila, volaré con las alas que me negaste, algún día será...
Y tus negras plumas se caerán cuando voltees la mirada y te desvanezcas entre las manos de mi pensamiento, para alimentar el gran cementerio de las ilusiones muertas, reproducidas por ti.
Para darle abono al retoño que plantaré en la nada a la que voy.

La nada a la que voy... La nada llena del recuerdo, de la misma ilusión que siempre fue.

2922 días

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U ocho años. 11 de septiembre, 2001. Los niños y adolescentes, los estudiantes universitarios y los trabajadores, como siempre, se dirien a sus lugares de trabajo o estudio. Es un día normal en el mundo, la lluvia cae en algunos lugares mientras en otros neva tal vez. Los grandes edificios de la ciudad de los rascacielos proveen de sombra a los transeúntes con un maletin o un periódico en la mano, a los taxistas que transitan por las calles congestionadas del centro.

De repente, la sombra desaparece por un momento. Y el mundo entero parece caerse.
Alzan la cabeza mil almas a la torre que se han acostumbrado a ver, otros de los edificios de junto sólo voltean por la ventana, se tapan la cabeza, cierran los ojos para después tratar de descubrir qué ha pasado. Todas las miradas y las respiraciones se orientan en una misma dirección: junto a otra de la misma complexión, su torre gemela, la mole de acero y concreto más sobresaliente de Manhattan se incendia en su punta cual gris vela de candelilla. Y luego, su hermana. Quienes se sorprenden por lo que pasa al lado ven en ello su última acción en vida.

Dios santo. No es cierto que esto esté pasando.

Gritos, exclamaciones, llanto, desesperación, miedo, impotencia. Gente viendo olvidándose que existen. Gente rezando, llamando al Dios que parece el único capaz de hacer algo así. Gente corriendo por una vida que antes no les había importado. Gente capturando embobada con una cámara en la mano el momento que marcaría a millones de habitantes de una nación sumida en el vacío. Gente que no lo cree, que sabe que no puede ocurrir.

Y 3017 almas extintas bajo el fuego y la chatarra de miles de toneladas de piedra. 3017 almas que vivieron el último día de su vida sin saberlo. 3017 almas que, sin quererlo, sin haberlo escogido, comenzaron un efecto dominó acelerado por el miedo y la ambición de genocidio y riqueza. 3017 almas que pusieron al mundo en su más frágil y estúpido estado: el estado del miedo y del aprovechamiento del mismo. Ese 11 de septiembre de 2001, mientras yo estaba en la escuela primaria, casi 300 millones de habitantes norteamericanos se darían cuenta de que eran tan frágiles como cualquera o más, no podían ya ocultarlo y el mundo ahora estaba en el mundo. Más de 300 millones de habitantes fuera de norteamérica dejaban escapar su emoción guardada, y la solidaridad nacía, porque no había otra manera de que pasara. ¿Jaque mate? Cómo pudo ser, cómo pudo pasar que la mayor potencia mundial, el rey del mundo capitalista, fuera tan frágil, tan humano...

Tan humano...

3017 personas muertas, entre trabajadores de las torres y sus alrededores, entre personas que caminaban por la calle, entre pasajeros de avión, entre burócratas del pentágono y terroristas tratando de encontrar su alma. 3017 personas... Y el terrorismo ya es real. Y ya está aquí. La gente del imperio se tambalea así como se descubre: Hay que abrir los ojos. Somos mortales.

3017 vidas extintas bajo tierra húmeda por las mangueras de los bomberos, héroes nacionales. 3017 espíritus robados por arte de arrojo o casualidad.

3017 excusas para empezar una guerra en la que han muerto más de un millón de personas. Más de un millón, por 3017. Más de un millón por unos barriles de petróleo. Más de un millón por el miedo, la ambición, el control, la estupidez. Debajo de los escombros de lo que antes fue un hogar diseñado para ser seguro, junto a un coche bomba frente a una escuela, frente a un tanque militar o en una base de guerra, asesinados en genocidio o esporádicamente. Más de un millón de vidas perdidas. Más de un millón entre soldados y policías, entre enfermeras de guerra y madres con niños, entre estudiantes y trabajadores. Más de un millón, y la Guerra continúa.

Y a esa guerra va ligado un presupuesto de más de dos billones de dólares que Estados Unidos parece dispuesto a gastar en gasolina para tanques y municiones para las armas. A eso, se suma lo que muchísimo países están dispuestos a otorgar a la lucha unida contra el terrorismo, el oprimente miedo de las masas, el arma más poderosa: la muestra al enemigo de su vulnerabilidad. Billones de dólares. Y el 40% de la población mundial, casi 2,700 millones de habitantes, sigue viviendo con menos de 30 pesos diarios. En su vida, ese 40% de la población mundial gastaría algo parecido al costo de la guerra.

Pero el mundo está unido, si, contra el terrorismo. Comiéndose a sí mismo para borrar las heridas, comprando, produciendo para borrar marcas, para reducir problemas. El mundo está unido contra el terrorismo. Y mientras, miles de personas mueren de hambre en África... O en algún rincón de esta misma ciudad que me vio nacer. La pobreza está en todos lados. Que no la queramos ver, es otra cosa.

Dos billones para la guerra. Más relleno para la fosa. Más comida para gusanos. Más miedo para la gente. Más control sobre el pueblo. Más dinero para que el mundo funcione. Más, más, más.

Y más inconsciencia.

Más impotencia. Más ojos cerrados que no pueden ver que tienen manos. Que el mundo está hecho de humanos. Y que como humanos que somos, podemos cambiarlo.

No se ha hecho él con pasividad y resignación.

El mundo necesita una voz, necesitamos una sola voz: la nuestra.

Y es hora ya de dejarla salir.

Espontaneidad de la planeación

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Ya casi son las 12. Debo apurarme si no quiero llegar tarde.
Siempre pasa esto, aunque ya me estoy acostumbrando. Este nuevo horario es algo extraño para mí.
De todos modos salgo con tiempo para subir al auto de mi mamá para que éste arranque con su ruido tan característico, y tan, tan molesto. No me gusta salir en auto a una avenida como Colón, con sólo abrir la ventana me llega un olor a combustible quemado y aceite de motor que no soporto. Es peor cuando todos suenan su bocina intetando que el mundo gire más deprisa con ello. No lo hará, nuca lo hará. No se gira con sonido, se gira con voluntad. Es tan difícil de entender... ¿Es tan difícil?
Creo que cada claxon presionado es un grito de desesperación... otro más que nadie escucha sin responder con otro grito. Un grito de desesperación de no poder encontrar aquello que no sabemos cómo se llama, cómo es, cuándo se ha perdido y porqué lo buscamos. Uno más que ni el emisor puede escuchar.
Llegamos a la parada. Como siempre el camión "de ruta" está esperando pasajeros. Yo soy uno de ellos, así que trato de subir abriéndome camino entre mis dos mochilas y la carpeta que llevo cargando. Por lo menos puedo conseguir mantener el equilibrio.
Y tomo mi lugar. Siempre elijo uno del lado de la ventanilla izquierda, a mediación del camión. No muy atrás, no muy adelante, con vista y a veces, un poco de viento. ¿La razón? El primer día lo hice así, y no hay razón para cambiar. Soy de costumbres por más que me duela admitirlo.
Y el camión se mueve, después de haber recogido algunos pasajeros, estudiantes casi todos. Uno que otro trabajador, una que otra señora con sus hijos también. La igualdad entre hombres y mujeres es un hecho constitucional, pero en la práctica se dista mucho de ver a algun hombre con un niño agarrado de un brazo y con un bebé en el otro.
Unos cientos de metros después, otro trabajador. No obrero, no administrativo. Un trabajador dispuesto a ejercer de inmediato su improvisado oficio con sus únicas herramientas: una guitarra en mano y una voz firme en la garganta.
Toma un lugar, y empieza a trabajar. Interesante canción... Alentadora para cualquier mujer. Una de esas del tipo "Tanto les debemos, y con tan poco les pagamos". No se suelen escuchar canciones así.
Canta otras cuantas canciones, algunos fragmentos. Y después procede a desocupar su lugar para cobrar su sueldo. Un sueldo pedido de favor, incierto, injusto quizá. Unos cuantos pesos que le son otorgados por sus servicios no solicitados. Dos pesos con cincuenta centavos de mi parte, lo que me quedó de la moneda para el pago del pasaje. Da las gracias, y se va, por la puerta trasera del autobús, a esperar cualquier otro, a cantar quizá una nueva, quizá la misma canción, para seguir cobrando un sueldo incierto que quizá sea para él, quizá para una esposa, quizá para un hijo que lo necesita.
Y el camión sigue su camino. Dando trabajo al payaso del monólogo, al vendedor de gelatinas, al de aguas embotelladas, a un cantante a capela, a una madre e hijo para una entretenida escena.
Quizá sea incómodo recorrer media ciudad de Monterrey a bordo del transporte público. Pero es algo que hace observar elementos invisibles: Hay autos nuevos rodando por las nuevas vialidades, enfrente de los nuevos centros comerciales, de los edificios elegantes, de los pequeños locales transnacionales. Y claro que hay personas buscando comida entre basura. Claro que hay personas con los puentes viales cuales techos y bancas públicas como camas. Claro que hay personas pidiendo limosna en las esquinas. Claro que hay niños y adultos tratando de sobrevivir entre la indiferencia -Tratando de escapar de los monstruos que nadie ve-. Claro que somos afortunadísimos por preocuparnos por tareas, por trabajos y exámenes, claro que somos afortunadísimos por preocuparnos por la conexión a Internet, por las salidas de los viernes, por la ropa sucia.
Claro que somos afortunados por vivir aquí, así, pudiendo leer esto.
Sin embargo, más que esto, algo me queda claro.
Claro que todo se puede mejorar.
Y claro que hay una sola persona que puede hacerlo.

Randomness´ trunk

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Una especie de nueva sección en el blog. No muchas personas lo leen, pero con que yo lo haga es suficiente. Y debido a que hay muchas cosas que de repente salen no sé de dónde, pero de un segundo a otro están escritas en el libro, la libreta, mi mano, el banco o lo que tenga enfrente, en el baúl de arbitrariedades pondré algunas de esas cosas. Lo siguiente, algo que escribí en clase de orientación. Hará un mes de eso, aproximadamente.

En un segundo
las cosas que parecían seguras
se pueden desmoronar,
tan fácil como castillos de arena,
tan rápido como un ave al volar.
Entonces, ¿qué queda?
Sólo esperar que vuelva la seguridad,
o sea sustituida
por la locura y la desesperación
de no saber quién se es
y por qué se vive.


No sé por qué rayos lo escribí. Pero me parece algo interesantemente loco.
Dejaré la dedicatoria para después, don´t worry.

A Toñito

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No puede ser, imposible
parece que te vi apenas ayer,
sano, radiante, impasible.

No puede ser, tú no.
Antonio de las mil caras alegres,
de la sonrisa humilde y franca, Antonio…
No puede ser, tú no.

Al mundo, a Dios, a la vida,
¿Por qué aquí y ahora, Antonio?
¿Por qué la autodestrucción?
Antonio era mundo, era vida, era Dios.

Antonio era esperanza, era valentía;
era fuerza, sencilla fortaleza,
la muralla del consuelo ante el dolor.

Antonio, no me hagas esto,
no le hagas esto al mundo,
Antonio, no mientas, no te vayas, no…

No le quites una luz a esta ausencia de estrellas,
no le quites al mundo tan grandiosa existencia,
no te vayas con nuestra vida, por favor, no.

¿Qué pasó? ¿Fue demasiado?
Eras un niño, lo entiendo. No estabas hecho para esto.
Antonio, lo siento, si no te pude aferrar con fuerza,

perdona si no te dije lo que alguna vez creí
y con el tiempo reforcé,
perdona si no te confesé
que eras parte de mi vida.

Desde que te vi y aprendí a luchar,
desde que te conocí y aprendí a vivir,
vivir, simplemente, vivir.

Ahora, lo siento, perdón.
La vida se va como agua entre las manos,
pero, sabes bien, Antonio, que en el corazón,
permanecen las cosas que queremos.

Y en el alma, Antonio,
esa humana construcción de cimientos de misterio,
se construye la ciudad donde cada ser tiene un hogar,
donde hay edificios, hogares, cementerios,
donde desde hace mucho sé que te ibas a quedar.

Perdóname, Antonio, perdónanos
si no supimos compensarte alguna vez,
si no supimos pagar esa inagotable fuerza
surgida de la nada, donde sólo tú pudiste ver.

Perdónanos, como claramente te fallamos;
perdona nuestra falta de voluntad algún día,
perdona nuestra falta de sensatez, casi siempre;
perdona nuestras pocas ganas de vivir que a veces nos invaden.

Y, así como sé que lo harás,
acaricia con tu fuerza, Antonio, guerrero,
dulce fuerza surgida, cada vez más,
en la inmensidad de la desolación, de la que supiste escapar.

Antonio, no entiendo
por qué tuviste que ser,
por qué las cosas deben pasar.

Aún no entiendo, por qué
te tuviste que retirar.

Pero, lo sabes bien,
sabes que comprenderemos,
te duele, ¿verdad? Perdón.

Pasará, aprenderemos.
Que no te extinguiste,
que vives más que nunca,
aprenderemos, Antonio
que te volviste inmortal.

Y veremos, Antonio,
que nunca, ¿verdad?
Nunca nos vas a dejar.

Sólo ahora, Antonio,
una caricia imborrable,
fuiste fuerte hasta que pudiste,

la vida no pudo contigo,
la muerte no pudo, Antonio,
una caricia imborrable, eso eres.

Y mi alma;
y tu alma, tú que lees con conciencia;
y el alma de cualquiera que te vio sonreír,
lo comprenderá.

Porque quedó marcada, Antonio,
besada con mirada y voluntad,
quedó prendida, Antonio,
de la lección que sólo tú pudiste dar.

Antonio, no temas.
sabemos ahora
que rendirnos no podemos,
rendirnos es imposible.

Tranquilo, Antonio.
No lo olvidaré jamás.

La voluntad de vivir es la fuerza más grande que se puede encontrar.